II. El heredero de la sangre sacra -parte 2-

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—¿Orden y libertad? ¿Exactamente en qué idioma lo dice? ¿Son runas, o alguna escritura antigua? —cuestiona Rosario con sus ojos iluminados por la esperanza de encontrar una asombrosa respuesta por parte del raro que se la pasa investigando todo tipo de temas "anormales".

—En español, es el alfabeto que conocemos de toda la vida. ¿Cómo es que no puedes verlo? —curiosea Elías, inspeccionando las expresiones de su compañera, tratado de deducir si se trata de alguna especie de broma o algo por el estilo.

Ella solo infló los cachetes frunciendo el ceño.

—No es justo —dijo para cruzarse de brazos y desviar la mirada.

«¿Y ahora qué dije?», se preguntaba Elías desconcertado. «Bueno, lo importante ahora es la puerta que hemos descubierto». Mentiría si dijera que Elías no estaba emocionado, no podría considerarse un fanático de lo desconocido si no se interesa al menos un poco en esa puerta de plata oculta en la biblioteca de un viejo edificio.

Así que con su corazón palpitando a mil por hora, se acercó a la puerta y sostuvo el enorme candado que la mantenía sellada. Al analizarlo detenidamente, se dio cuenta de que no tenía una entrada para una llave convencional, pues, aunque era un candado enorme, el orificio era un circulo muy diminuto, apenas lo suficientemente grande como para introducir una aguja de las grandes.

—Parece que no podremos abrir esto, es una putada —dice Elías desanimado.

—E-Elías, creo que deberíamos irnos —menciona Rosario, considerando que el edificio acaba de ser sacudido por lo que parecía un temblor.

—Sí, los demás se podrían preocupar si no volvemos después del temblor. Además, hay que tratar mi herida antes de que se infecte de algo.

Ambos salen del viejo edificio y se apresuran a la enfermería, en el edificio que da de frente con la entrada de la secundaria. Ahí están las oficinas administrativas y un par de laboratorios de prácticas. Es un edifico cubico de dos pisos nada más. Rosario ayuda a su compañero a subir las escaleras, para evitar que se lastime innecesariamente.

—¿Te diste cuenta? —pregunta Elías mientras suben las escaleras.

—¿De qué?

—No hay nadie afuera, es extraño si consideramos que acaba de suceder un temblor.

—E-Es verdad. Deberían estar todos afuera.

Se detienen frente a la enfermería, y Rosario llama a la puerta.

—Adelante —contesta una voz al otro lado de la puerta, en un tono monótono.

—Ha pasado un pequeño accidente, señorita Nayeli —dice Rosario un poco apenada, a la vez que abre la puerta.

El brazo de Elías ya no parece sangrar, pero se puede ver por la sangre seca que ha sangrado bastante desde que se la hizo.

—¡Pero mira nada más esa herida! ¿Qué estaban haciendo para que esto terminara de esa manera? —cuestiona la enfermera, sentando inmediatamente al chico sobre una cama.

—El profesor Nieves nos pidió buscar un material en el viejo edificio, pero el temblor de antes sacudió un poco las cosas, y el piso se quebró, Elías cayó y se hirió con la madera quebrada —explica Rosario con incomodidad, posiblemente por pensar que todo ha sido su culpa.

—¿Un temblor? ¿En serio? ¿Es lo mejor que tienen para excusar una herida? —cuestiona la enfermera Nayeli, mirando sospechosamente a los jóvenes.

La enfermera va por un recipiente con agua, algunos trapos, algodón, alcohol, y lo que parecen ser medicinas y vendas.

—¿Acaso no sintió el temblor de hace un momento? —pregunta Elías, confundido por la inesperada reacción de la enfermera.

Código humano: La sangre sacra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora