21. La cura

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¡Buenas! Con esto de las fiestas voy a desaparecer hasta el lunes por lo menos, por eso os dejo hoy un capítulo. ¡Que lo disfrutéis! 

El cuarto estaba sumido en una total oscuridad, como siempre que necesitaba pensar en algo largo tiempo, y él, de pie frente al aparador, mirando a aquel objeto que había formado parte de su piel durante cinco eternos años. Parecía insignificante, ridículo, como si hubiese perdido toda la energía vital, a pesar de que actuaba como una especie de conciencia, recordándole cada vez que se miraba a un espejo, que él era el culpable de su desgracia.

Ya lo había dicho la señorita Shepard la noche anterior: su cobardía empeoró su pronóstico, su orgullo lo condenó a una vida de ostracismo en el campo. Pero ya no estaba rabioso: había recibido un merecido castigo por sus pecados. Desprendiéndose de la máscara,era como si eliminase todos sus apasionados impulsos: sus rabietas,sus contestaciones y sus malas maneras. William volvía a sentirse un chico de veinticinco años comenzando una nueva vida. Su imagen era una nueva oportunidad para demostrarle a la gente que había mantenido lejos que estaba dispuesto a cambiar, ahora más que nunca.

Tomó la navaja suiza de uno de los cajones y se dispuso a cortar la máscara. Lo hizo con tanta rabia y placer, atacándola como si en realidad ella fuese su enemigo, que terminó el trabajo sudoroso y jadeando. Ya sólo quedaba la parte que recubría el ojo. Se la anudó como siempre en la cabeza, sintiendo más ligera su cara (y su alma),y se echó un vistazo: la herida seguía siendo horrible, pero ya la había asimilado. El cambio era pequeño, pero muy llamativo.

–¡Por todos los cielos!–Grace Thorn entró a revisar el cuarto, creyendo que estaba vacío, y al verlo se llevó una mano a la cara­–.¡William! ¡Oh, mi William!

El joven aceptó a la rolliza ama de llaves entre sus brazos, mientras lloraba emocionada. Él no se podía creer que ese simple gesto significase tanto para sus allegados también.

–Vamos,vamos, Grace. ¡Ni que me embarcase a las Indias!

–¡Está irreconocible! Su cara...

–Sí,tiene un aspecto horrible. La señorita Shepard ha dicho que sabe cómo hacer que mejore.

–¡Al contrario, está muy atractivo! Me alegra que esa mujer le haya convencido de quitarse ese horrible antifaz que sólo servía para dar miedo.

–¿Tú crees que es mejor así? La piel está pálida y abultada...

–Eso serán minucias con el paso del tiempo. ¡Estoy deseando que lo vea su padre!

Grace Thorn lo arrastró del brazo por los pasillos, sin que William pudiese protestar o ponerse una chaqueta para estar más presentable.Su sorpresa se hizo más grande cuando se encontraban a alguien del personal y, en lugar de retirar la mirada, murmurar o señalarlo a sus espaldas, las doncellas sonreían encantadas y los lacayos le aplaudían. Nadie mostró signos de miedo o extrañeza; cada persona de esa casa se alegraba al ver su nueva imagen, lo que fue aumentando su confianza hasta que llegaron al salón.

–Grace,¿es que nadie ve raro que su señor se pasee como un pirata, con la cara medio rajada, por los pasillos?

–Milord,todo el servicio que entra a esta casa sabe que usted nunca se presenta ante ellos con su máscara para no asustarlos. Por eso están tan contentos de verlo por fin relacionarse con todo el mundo, y de borrar esa imagen de espíritu colérico que proyectaba.

La cara de Henry Sackville cuando entraron al salón no tuvo precio. El duque lo miraba como si un hijo suyo se hubiese marchado y regresase otro completamente distinto. Se levantó del asiento y fue hacia él,mirándolo fijamente como si intentase encontrar rasgos de su William en él. Los ojos azules del duque se empañaron, su ceño fruncido se relajó y las arrugas se suavizaron, y hasta parecía que la curvatura de su espalda ya no era tan pronunciada.

Tras la máscaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora