Epílogo (II)

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Un capítulo largo y un poco de "dramita" para las primeras semanas juntos de nuestra pareja y su relación con su entorno. Puede ser un poco raro en algún momento, pero me gustó la idea, es muy William.

Anne Berkeley y su esposo terminaron su luna de miel más enamorados que nunca. Ellos eran el ejemplo perfecto de matrimonio arreglado que había aprendido a amarse con el tiempo a base de respeto y cariño. Victoria sabía que, a gente como ellos, la vida sólo les depararía felicidad.

–¡No puedo creer que nos hayamos perdido todo esto!–exclamó divertida y contrariada al mismo tiempo la rubia, mientras apretaba el brazo de su marido–. ¿Es posible que algo así sucediese en realidad y no sea alguna historia de tus libros?

–Por raro que parezca, así ha sido.–reconoció Victoria avergonzada. Le había prometido a su amiga los detalles más suculentos en privado, cuando Edward no estuviese presente, así que Anne se contenía (a duras penas, a juzgar por su rostro ansioso) de soltar cualquier pregunta curiosa.

Estaban reunidos en uno de los salones de Knole House, otra novedad para la señora Berkeley, quien siempre le había rogado visitar la imponente casa. Desde el minuto uno, no supo ocultar la fascinación que sentía por la espectacular mansión (incluyendo todos los tesoros artísticos que guardaba) y la alegría de que Victoria viviese allí para invitarla frecuentemente a cabalgar y disfrutar de sus bosques. Era curioso imaginarse a sí misma como señora de la casa, la que gobernaría al servicio y se encargaría de administrarla, cuando nunca fue más que la invitada de dos hombres muy independientes y orgullosos.

Victoria se sentía extraña porque parecía que ambas habían crecido en pocos meses: de ser dos jovencitas alegres y despreocupadas de dieciocho años, a estar casadas con dos hombres relevantes, poderosos y que las amaban. La joven regresó a la conversación a tiempo para no perderse la diatriba de Anne.

–...desde luego, estoy más que encantada que hayáis decidido celebrar una boda. ¡No podía perdonarte no ser tu dama de honor! Nunca me gustó el hecho de firmar los papeles y nada más. Si os casáis pronto, ¡podríamos hasta tener hijos a la vez!–exclamó satisfecha, mientras Edward se reía.

–Querida, apenas acaban de aclarar su relación, no los agobies con niños.

–Me encantaría tener sobrinos, y Victoria es como mi hermana. ¡Ya sabes que también se los he pedido a James! Por cierto, Tori, debería estar aquí la otra parte implicada.–reprochó su amiga sin dar tiempo de respuesta–. ¿Dónde está el futuro padre de tus hijos? ¿Y cuándo piensa celebrar esa boda?

–"La otra parte implicada" está aquí sentado desde que llegasteis, Anne Berkeley.–respondió una gruñona voz desde una esquina de la habitación. Victoria aguantó una sonrisa cuando la joven saltó en su sitio, sorprendida. Como siempre, su impetuosa amiga había pasado por alto la discreta figura de lord Sackville, quien estaba escribiendo unas cartas cerca de la ventana cuando el matrimonio llegó, y había empezado a hablar sin descanso. William le había advertido con la mirada que no revelase su presencia para gastar una pequeña broma a Anne.

–¡Demonios, vaya susto!

–Y vaya lengua, señora Berkeley. Yo pensé que los nobles eran más educados.

–Oh, no bromees conmigo, William Sackville, porque no me caes bien.–Anne se levantó y le retó con la mirada, aunque ninguno hablaba en serio–. Sólo Dios sabe cómo te ganaste el corazón de mi amiga, y debo respetarte por ello. Pero si tengo que organizar tu boda por ti porque no te das prisa, no tendré remordimientos: lapidaré toda tu fortuna en adornos empalagosos y vestidos carísimos.

–Ya tenemos algo en común: tampoco me caes bien. Celebremos abriendo champán el inicio de esta bonita amistad.–Edward y Victoria intercambiaron miradas cómplices: esos dos tenían lenguas incontrolables.

Tras la máscaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora