entre la vida y la muerte.

capitulo 3: primer encuentro.

Al siguiente día...

Un jóven se despertó de su descanso para darse un baño, una de las pocas cosas que lo asían sentirse bien, se quitó la ropa que llevaba puesta para así entrar en una gigantesca tina que más bien parecía una piscina.

Se recostó en la orilla de está y sin pensarlo, una bella joven vino a su mente, desde el momento en que la vió, quedó fascinado con ella, y el no tenía ni una sola duda de que aquella joven se avía robado su corazón.

Después de un tiempo salió de aquel baño, ya vestido con un pantalón y una camiseta negra, también llevaba unas botas tintas, entro en una sala donde avía un armario grande con puertas de cristal, y en esta se guardaba su brillante e imponente armadura, echa de plata y otros materiales como piedras preciosas, en su mayoría rubíes, la armadura en su totalidad era negra y con toques rojos, tintos y platiados, lo cual le daba un aspecto sombrío pero hermoso.

Se la puso y salió a la sala del trono, donde se sentó y se dedicó a mirar todo lo que ocurría en el Inframundo, para el, ese lugar tan deprimente era su hogar, y se podría decir que le gustaba estar en ese lugar.

Aún así en esa soledad deseaba estar con alguien, en ese gigantesco castillo que siempre estaba tan sólo y callado, los únicos sonidos audibles eran los quejidos de dolor de las almas en pena.

Ya que no tenía nada mejor qué ver sufrir a los humanos, decidió salir a hacer una pequeña visita.

– Adelfos, llamó Hades.

– si mi señor, un sirviente apareció frente a él.

– estaré un tiempo fuera y quiero que mantengas todo en orden, de acuerdo.

– si mi señor, será un honor cuidar de su castillo, dijo este haciendo una reverencia.

– bueno, volveré en unas cuantas horas, así que quiero que todo se mantenga como está.

– si mi señor, usted no se preocupé.

Dicho esto el hombre caminó hacia la gran puerta que se alzaba frente a él caminando por los largos pasillos, estos tenían una bella alfombra roja sangré y cortinas negras y moradas, que le daba un aspecto elegante ante los ojos de Hades.

Pasando por el Inframundo, aquel hombre se deleitaba con los gritos de sufrimiento de las almas en pena, todo en ese lugar era dolor y sufrimiento, no existía la paz en aquel lugar tan deprimente, simplemente era horrible, pues ese era el lugar donde serían condenados los humanos que llevarán una vida impura.

Se debía decir que a el señor del Inframundo no le gustaba salir de el infierno de no ser por una buena razón, y ahora tenía la mejor razón de todas, y esa era la bella Perséfone...

Al llegar al mundo de los humanos, la tierra, este no se encontraba muy contento al ver que todo lo que estuviese cerca de el moriría, algunos pequeños animales que jugaban a su alrededor, corrían al sentir su presencia, pues le temían, el era prácticamente la muerte.

Se aventuró en un bosque profundo y grande, en el que ningún humano se atrevía a entrar por el sin fin de leyendas sobre ese sitio, claro el siendo un Dios desmentía todas aquellas historias que los humanos creaban; una de esas leyendas era la de Deméter y Perséfone, había rumores de que ese bosque era especial, y la razón de ser tan peligroso era porque dos diosas menores abitaván en ese lugar, ese bosque las protegía de los humanos, pues otra leyenda decía.

"Quién se atreviese a entrar en el bosque, hasta un lago donde las ninfas juegan, encontrarán el mejor premio de todos, la bella joven, hija de la diosa de la fertilidad, Perséfone."

Sin duda muchos intentaron encontrar a Perséfone en aquel bosque, pero la leyenda estaba algo incompleta, la hija de Deméter no sale de su santuario, al menos que su madre se lo permita, la única manera de saber cuándo ella esta fuera del santuario es cuando el bosque se vuelve más peligroso, pues Deméter usa a las plantas e incluso a los animales para protegerla de los humanos.