11: Cuando éramos cinco IV: Música y gasolina

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La primavera llegaba a su fin y el perezoso verano despertaba. Las flores de los arces pintaban de amarillo el cielo de Luddock y la piscina municipal había estrenado su temporada con gran pompa. 

La alcaldesa Sanders inaguró un asilo de ancianos especializado en afectados por el Alzheimer. Los Leones de Luddock fueron eliminados en el play-off de la liga de baloncesto por los Mapaches de Jermaine. La gente seguía con sus vidas, unas más alegres y otras más tristes. 

John, Ismael, Harry y Tommy siguieron visitando a Stan cuando su hermano mayor no estaba presente.  

Ni Bob ni Rich ni Greg les habían vuelto a molestar, en parte por un lado porque Stan era amigo suyo y Bob no quería problemas en casa. Por otro lado, aunque no lo reconocieran en público, Tommy Karloff les inspiraba algo de respeto y preferían no meterse en problemas con él. 

Después del primer hechizo que habían logrado con éxito, John y los demás decidieron esperar a que Harry estuviera más entrenado para poder probar cosas mayores.  

Ismael se sintió aliviado porque estuvieron todas esas semanas sin probar nada de magia, pero era el tema recurrente en todas sus conversaciones. No es que estuvieran hablando continuamente de hechizos ni brujería, es sólo que cuando a lo mejor estaban hablando de clase, de alguna chica guapa o de que partido echaban por la televisión, alguien soltaba algún comentario y se reencauzaba el tema. Se sentía el bicho raro (¡El bicho raro de los bichos raros!) por no estar tan emocionado como ellos por la posibilidad de volver a invocar a un demonio o lo que quisiera que fuese aquella cosa de fuego. Sus chillidos tan humanos le habían provocado pesadillas durante varios días pero no se atrevió a decírselo a sus amigos para que no creyeran que era un gallina.

El primogénito de los Wellings estaba sentado en la mesa del comedor, masticando con parsimonia el desayuno: un huevo frito, un par de tortitas y un café. Su madre le tenía prohibido el café pero cuando Ismael le dijo que mejoraría su concentración en los estudios, accedió a dejarle tomarlo en los desayunos. Tomó un largo trago de café y estuvo a punto de escupirlo. Estaba demasiado amargo para su gusto. Estiró el brazo por encima de su plato y cogió el azucarero que reposaba al lado del brazo de Timmy, su hermano pequeño. Éste agarraba la tortita con una mano, y el jarabe de arce chorreaba sobre su brazo mientras el pequeño miraba ensimismado los dibujos animados. En El laboratorio de Dexter, el joven genio científico discutía con su hermana mayor mientras un dinosaurio corría por el laboratorio arrasándolo todo. 

Ismael echó azúcar al café y recordó que no hacía tanto tiempo que él también miraba embelesado los dibujos. No creía que eso formara parte de la madurez, ya que seguía sintiéndose un niño en muchos aspectos pero el instituto, los amigos y los problemas hormonales ocupaban buena parte de su tiempo.

-Termínate el desayuno, Timmy o mamá se enfadará -Dijo Ismael con voz severa. Era su voz de "hermano mayor" como solía decir Timmy. 

-Ya voy, ya voy -contestó el niño pero continuó mirando la televisión.

Ismael devoró los restos de su desayuno, sin demasiado apetito y los acabó empujando con su café azucarado. Miró a su hermano, pero éste continuó impertérrito absorbido por la televisión, y decidió no decirle nada. Su madre se enfadaría cuando saliera de la ducha y viera que no había terminado su desayuno, pero eso ya no era problema suyo. Dejó los platos, el vaso y la cuchara en el lavavajillas y se colgó su mochila al hombro. 

Cruzó el pasillo y antes de abrir la puerta gritó: 

- ¡Me voy, mamá! 

Tras unos segundos de espera y amortiguado por el sonido del agua, Lindsay Wellings contestó: 

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