13. Matrioska (primera parte)

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Nueva York es conocida por La Gran Manzana. Una historia cuenta que este apodo viene por una frase que solían decir los músicos de jazz: hay muchas manzanas en el árbol, pero si coges New York estarás cogiendo la gran manzana.

También la llaman La ciudad que nunca duerme. Una ciudad que nunca se detiene, está activa tanto por el día como por la noche. Por el día, Wall Street, colegios, gente de bien. Por la noche, fiesta, alcohol, drogas y gente con trabajos honrados.

Para Tommy Karloff sin embargo, Nueva York tiene otro nombre. Menos romántico pero según su filosofía de vida mucho más acertado: La puta que no te deja en paz.

Tommy se escapó de casa cuando descubrió que su vida se había convertido en una absoluta mierda. El funeral de Stanley había sido dos meses antes y  Tommy se había pasado la mayor parte de esos dos meses yendo de aquí para allá. Su madre le llevaba al psiquiatra por la mañana y por la tarde  la policía le interrogaba. Su cabeza estaba a punto de estallar y lo peor de todo es que le habían diagnosticado bulimia. ¿A él? Un tipo que se podría comer tres hamburguesas de una sentada y pedir filete como postre. No, él no era bulímico. Simplemente estaba maldito. No había ningún alimento en el mundo que su maldito estomago no regurgitara segundos después. Hasta que descubrió que era lo que podía comer. Fue por casualidad, como todas las cosas importantes en la vida. Tanto las buenas como las malas.

Tommy estaba sólo en casa, sin fuerzas. Llevaba una semana y media sin comer, y se sentía más débil que un gatito recién nacido. Se sentía asqueado y ni siquiera podía sentir pena por la muerte de su amigo porque estaba jodido hasta las trancas.

El sudor le corría por la frente y la espalda y no podía deleitarse durmiendo porque estaba tan drogado por pastillas “que eran por su bien” que la mayoría de sus sueños eran pesadillas. Tumbado boca arriba en la cama, una araña descendió por su tela y se posó en su camiseta. El artrópodo se sentía el rey del mundo, paseando por el torso del chico como si reclamara su cuerpo como su reino.

Era la araña más grande que Tommy había visto en su vida. Debía de medir cinco centímetros de ancho y sus patas eran gruesas y peludas. No era una tarántula ni mucho menos, pero ese bicho asqueroso era sin duda la araña más grande que se hubiera paseado por Luddock.

Tommy se relamió. Fue un acto reflejo. Lo hizo sin pensar y sintió repugnancia de sí mismo pero la sensación estaba ahí. Era innegable. Su estómago necesitaba proteínas y calorías y no le importaba si le alimentaba con carne de vacuno de calidad 100 % garantizada o sí se comía una araña como un desnutrido vagabundo.

El chico estiró la mano y cogió la araña. Sintió un pinchazo. La muy cabrona le había mordido pero Tommy apenas podía distinguir la cabeza entre esa maraña de patas y exoesqueleto. Se acercó la a la boca y cerró los ojos. Sus mandíbulas se cerraron sobre el indefenso animal. El sabor era asqueroso pero no lo suficiente como para hacerle vomitar.

Esperó diez minutos. Luego quince. Se encontraba mejor. Mucho mejor. Y no sentía náuseas de ningún tipo.

Se levantó de la cama con pesadez y estiró la espalda. Ésta crujió con un sonido desagradable parecido a al de la araña al ser masticada. Sin embargo, ese recuerdo tampoco provocó nauseas en Tommy. Salió de su habitación y caminó con paso tembloroso hasta la puerta de entrada. La abrió y salió al pequeño jardín de los Gardner. Estaba descuidado, lleno de malas hierbas y una bicicleta estaba tumbada sobre unas azaleas.

Tommy la esquivó con cuidado y se tumbó a ras de hierba. Abrió sus fosas nasales para aspirar el aroma del césped mojado, era un olor agradable. Se dejó impregnar por él mientras sus ojos, ahora convertidos en los de un depredador buscaban alimento. Hormigas y escarabajos pululaban por el jardín con el extraño sentido marcial que poseen los insectos. Sin saber que un humano desquiciado se iba a alimentar de todos y cada uno de ellos hasta saciarse.

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