"Salió muy bien", dicen, eso de la misión de encubierto. Cuando Best Jeanist los llama a su oficina un par de semanas después para informarles que la red fue desmantelada, Izuku siente una alegría estúpida y rebosante dentro de sí, tan grande que le resbalan un par de lágrimas por las mejillas.
Por fin hizo algo bien. Hicieron. Los dos. Juntos.
Él y Kacchan trabajando juntos.
Y salió bien.
Ese día, cuando los liberan de los rondines y están dirigiéndose a su hogar, hay un silencio constante entre ellos, pero que no es por ello incómodo.
Descienden del tranvía y pasan cerca de donde se tendrían que desviar para adentrarse a esa zona boscosa que solían visitar de pequeños. Katsuki le lanza una mirada a Izuku de la que el otro no se percata, sumergido en ve a saber cuáles ensoñaciones, hasta que una mano grande y gruesa se le aferra al antebrazo y lo jala para ir en aquella conocida dirección.
Izuku ni rechista ni dice nada. Sigue a Kacchan. Y ya. Es como... muy natural.
Es lo que ha hecho siempre. Lo que ha pasado siempre entre ellos dos. Katsuki guiando, Katsuki llevando la delantera, agitando la batuta hacia sus destinos. Izuku está feliz de seguirle. Está feliz de que no por seguir a Kacchan se siente de ninguna forma desmeritado o inferior.
Él quiere ocupar ese puesto, lo ha querido siempre y no va a replicar cuando recibe la oportunidad de recuperarlo.
Ya está anocheciendo, así que para cuando llegan a donde se dirigían ya ha oscurecido bastante y los grillos están canturreando, y las luciérnagas encienden luces aleatorias aquí y allá que se duplican al salpicarse su reflejo sobre la superficie oscura y calma del riachuelo.
Katsuki no le ha soltado ni un solo momento. Como si temiera que, de hacerlo, Izuku fuese a dejar de seguirle.
O como si tan sólo le gustara ese escaso contacto. Como si las manos de bomba quisieran llenarse de la energía de las venas de trueno.
Se detienen junto al riachuelo y miran en su interior. La luna está llena así que alcanzan a ver las vagas siluetas que los representan a ellos dos. La plata brilla entre el agua. Katsuki finalmente suelta a Izuku. El musical nocturno que les rodea es sumamente apaciguador.
—Kacchan —Katsuki cree que siente la punta de un dedo trazando una línea a un costado de su mano.
Cree. Sí. Ha de ser su imaginación.
—¿Qué quieres? —como si Izuku no tuviera motivos perfectamente lógicos y razonables para preguntarle qué diablos hacen ahí. Para explicarle que su madre puede preocuparse de que llegue tarde o lo que sea. Para sacar el teléfono y empezar a enviar un mensaje avisando.
Pero Katsuki tiene una imagen que mantener y no va a dar consideración a las preguntitas tontas de Izuku sólo porque el nerd tenga motivos para hacerlas.
Sin embargo, Izuku no pregunta nada.
—Mira a las luciérnagas —dice, en cambio. Y Katsuki voltea a mirarle tan sólo para encontrar que sus ojos verdes están hundidos en el agua, observando los pequeños reflejos.
Sí será inútil.
—¿Por qué estás viendo el reflejo en lugar de las luciérnagas reales, tarado?
Izuku se ríe como toda respuesta. Katsuki frunce el ceño, y luego el más bajo eleva la mirada para mirar hacia la luna que está blanca y regordeta, acariciada por nubes de cenizas.