Parte XI

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Es febrero y el invierno todavía no se acaba. Faltan dos meses para el cumpleaños de Bakugou.

Bakugou se pregunta de qué sirve cumplir años. De qué sirve cuando sientes que tus días, en lugar de pasar tranquila y apaciblemente, se hinchan como pústulas y estallan cada noche en forma de ansiedades y sueños desesperantes.

No ha olvidado lo que Kirishima le dijera, y no ha olvidado tampoco a lo que un beso de Midoriya Izuku sabe, aún si sólo posee ese conocimiento a causa de un sueño silencioso y mórbido que un día decidió aparecerse en su cabeza.

No puede olvidar esa escena, aún si sabe que no pasó de verdad.

Pero lo que tampoco puede olvidar es como escuchó el rumor de que Deku estaba andando con dos lados.

Ni mucho menos olvida el beso muy real que les vio darse un día entre los pasillos de la escuela.

Que es verdad que lució extraño porque los dos tenían los ojos abiertos y las expresiones expectantes, como si estuviesen esperando a ver qué efecto tenía en ellos el hecho de juntar sus bocas y compartir respiraciones.

Pero igual le da asco.

O, más que asco, le da celos.

Le da envidia.

Y le quema.

No entiende en absoluto cómo es que pudo haber pasado algo así y por momentos incluso se siente enojado con Izuku, porque, si el bastardo se iba a enamorar de otro hombre, ¿por qué tuvo que ser de dos-lados y no de él? ¿Cómo es jodidamente posible que eligiera a ese tipo que apenas tiene un par de años de conocer por encima de él que, a pesar de todo, siempre ha estado ahí, ocupando un espacio en su vida?

No lo entiende. No entiende por qué él sí fue tan imbécil como para empezar a sentir algo por Izuku, pero lo contrario no ocurrió.

Y le da una rabia enorme, tanto hacia sí mismo por no ser suficiente, como hacia Izuku por no elegirlo a él y hacia el mundo entero por lo que sea.

Jódete, mundo, jódete.

Así que, desde que esa noticia llegara a él hacía un par de semanas, un abismo se abrió entre él e Izuku. Un abismo que él se ha dedicado a escarbar con constancia, haciéndolo tan profundo e insorteable como sea posible.

Ha dejado de apuntarse a los rondines en los que sabe que Deku estará. Ya no le pide entrenar con él. Ya no le habla en clases. Ya no nada.

Lo que ha sido peor de todo es que el bastardo ni siquiera ha intentado pedirle una explicación, y eso le cala casi más que saber que Deku anda manoseándose con otro tipo. Le llena las entrañas de un fuego que quema en exceso. Ya no sabe si siente rabia o tristeza o tan sólo unas sencillas ganas de ponerse las manos en la cabeza y lanzar la explosión más fuerte de su vida.

Tal vez si se deshiciera de todos sus sentidos y se convirtiera en un vegetal las cosas serían más sencillas.

Se detesta, no obstante, por pensar esas cosas, como si una sola persona y su atención o cariño o lo que sea pudiesen ser tan importantes, como si su propia voluntad de vivir pudiera verse aminorada o aumentada por el deseo de Izuku de permanecer a su lado.

¿Cómo demonios podría ser esa la verdad? ¿Es él tan triste, patético, lamentable y sin valor como para sentir que quiere sumergirse al interior de un volcán sólo porque sabe que en algún punto tendrá que moldear una suerte de vida en la que Izuku Midoriya no estará más?

Y es ese el pensamiento que más le aterra. Ese pensamiento de que Deku, a pesar de todo, y después de todo... pueda tan fácilmente dejarlo de lado.

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