Capítulo X

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Capítulo X

     La mañana siguiente Duncan O'Rourke decidió acercarse a la habitación de Anarella, sin tocar a su puerta. Sin aún importarle la manera cruel en que la había tratado la noche anterior.



— Espero que ya esté lista... No tengo intención de esperar por usted en nuestro primer desayuno, juntos...

— Debería tocar primero, antes de entrar a la habitación de una dama... — expresó algo molesta—. Una de sus sirvientas ya me había dado la noticia...

— Es mi hogar... Y aquí hago lo que se me plazca. Lo quiera usted o no... — le sonrió con malicia—. ¿Ya está lista?

— Sí...— le miró fijamente—. ¿Pretende asustarme con su actitud, "señor"?— su tono era desafiante. Aún a pesar de todo lo que él le había hecho. Deseaba hacerle ver que era fuerte y no le tenía miedo.

— No, claro que no... Al menos que usted quiera que le muestre lo odioso y detestable que puedo ser cuando no se me obedece...




     Ella guardó silencio. Había decidido darse por vencida y terminar aquella discusión. Tal vez lo había hecho para hacerle ver que con él no podía llegar a un final que estuviera a su favor.



     Su propiedad en Sligo llegaría a ser una prisión de cristal para ella. Al mirarla a los ojos, se hacía aquel juramento silencioso, sabiendo cuánto lo disfrutaría. Pronto la alejaría de todo lo que conocía, creyendo que así ganaba. ¡Qué imbécil era sin saberlo! Ni siquiera la manera en que ella trataría a aquel niño que estaba bajo su cuidado lo haría cambiar y con que precio a pagar.



     Días después...




— ¿Piensa mantenerse de esa manera? ¿A quién cree que le está haciendo daño con su decisión?— le decía al ver como ella se negaba a comer. Aquel era su octavo día en aquel lugar, sin salir y sin saber de su queridisima abuela—. Le aseguro que a mí no... — agregó con cinismo y prepotencia.

— Entonces, ¿por qué su preocupación?... No entiende que no quiero comer. Que he perdido el apetito... Respete al menos mi decisión.— dijo Anarella con una actitud desafiante.

— Solo que no quiero ver a ese niño que está bajo mis cuidado, preocupado por sus niñerías "Señora O'Rourke". Recuerde que no está en su hogar, sino en el mío. No estoy dispuesto a tolerar nada de usted... ¿Ha comprendido?... Por lo que madure... No quiero un cadáver como esposa. De nada me serviría...

— ¿Me pide madurar? ¿Usted?... ¡No me haga reír!...

— Entonces, aprenderá por las malas... — le dijo al levantarse de la mesa y al tomarla con fuerza de su brazo izquierdo, haciendo que ella también se pusiera de pie—. No estoy para juegos, "Anarella...

— Me hace daño... Me lastima, ¡Suélteme!

— ¿Quiere que la suelte?—expresó al acercar su rostro al de ella, mientras sus ojos la miraban con enojo y odio—. Entonces, aprenda a acatar mis órdenes y mis decisiones. No tenga la osadía de llevarme la contraria, o lo pagará muy caro... Esta noche quiero que sonría más y que se alimente. ¿Me escuchó? ¿O debo ser más explicativo? —la sujeto con más fuerza, sin apartar sus ojos de su triste mirada—. Acuérdese de nuestro trato...No querrá hacerme enojar y que cambie de parecer en lo referente a su primo... Aún nuestro matrimonio no se ha consumado, por lo que puedo pedir la anulación si usted no me obedece.

— ¡Haré lo que usted desee! Pero, suélteme. Me lastima...Por favor. — susurró llena de dolor, mientras se le quebraba la voz y se le atragantaba las palabras.




     Sus ojos se llenaron de nuevo de lágrimas. Contenerlas no podía, aun cuando deseaba hacerse la fuerte en frente de aquel hombre sin corazón.



     Y si poseía uno... Era un corazón de hielo. Un corazón de témpano.



     La soltó, pero no por compasión, ni siquiera por consideración. Su prepotencia y su orgullo no se lo permitían. La soltó, por el simple hecho de hacerlo. Sentía que cada una de sus lágrimas era una victoria para él. Una victoria que ganaba, al mismo tiempo, que perdía, sin querer verlo.




     La vio alejarse de su lado, huyendo a su habitación. Sonrió por aquello. Sin ni siquiera imaginar cuanto pesarían esas lágrimas en su futuro.



     Aquella noche Anarella comió un poco, solo un poco. Sentía el estómago revuelto, por lo que al no poder más, se excusó y se dirigió a sus aposentos.

Corazón de Témpano (Editada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora