Capítulo I

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 Capítulo I

     Aquella mañana Duncan había decidido salir a cabalgar, como lo había tomado de costumbre desde que había regresado a aquel lugar. A Sligo. Siendo un lugar olvidado para otros hombres, al preferir Dublín. Pero él no compartía la idea de muchos de esos nobles. Le aburría sus conversaciones tan vacías. Sintiéndose como un rebelde en aquella sociedad.



     Sin embargo, se recordaba también que le había impulsado regresar a aquel lugar. Una antigua traición. Su corazón, desde entonces, se había convertido en un completo témpano de hielo. Ver con sus propios ojos la traición de alguien tan cercano, había envenenado su alma. Y lo que había quedado de ella. Cubriéndolo, desde entonces, de rencor y de odio.



    Aquello había robado el amor en su corazón. Si es que alguna vez había amado a alguien, porque ya hasta había olvidado el latido de su corazón, al ser un sentimiento que había muerto. Haciéndolo ese alguien cuando se convirtió en lo que ahora era: "Un completo fantasma del pasado".



     Y más cuando en su corazón se albergaba aquel sentimiento de venganza.



    Pero la vida aún no era capaz de cumplirle su capricho de darle la justicia en sus manos.



    Incluso, había recordado aquella última conversación que había mantenido con uno de sus amigos. En Dublín, antes de decidirse regresar a Sligo.



— Odias tanto este lugar y sigues insistiendo en venir... Como si no te bastara todo el dolor y la rabia que llevas dentro de ti.

— Serás de nuevo mi conciencia...— le había respondido con cierta irónica a su amigo lord Bernand Whitby.

— Solo quiero ayudarte...No eres un mal hombre. Ni eres quien haces creer a los demás que no te conocen... Solo que ese odio que llevas dentro de ti no te permite vivir ni avanzar...

— Sé que algún día quien me hizo daño volverá...

— ¿Y crees que vengándote lograras algo? ¿Serás feliz después de eso?



    Duncan O'Rourke hizo un gesto de disgusto. Odiaba cuando lord Bernand Whitby le decía la verdad. Y más cuando esa verdad le hacía recordar aquel pasado.



     Bufó para su adentro y siguió cabalgando. Lejos de allí, Anarella Rowling seguía contemplando aquel lugar en donde sus abuelos habían tenido su hogar. Observando, a su vez, las lágrimas que pronto bañaban el rostro de su abuela. Al fin había cumplido su promesa.



— Lo siento... Lo siento...

— No hay porque disculparse abuela...— dijo al abrazarla.

— Siento tanto haberte alejado de Londres... De tu hogar.

— Mi hogar está donde esté usted... Y si su hogar es Sligo. Entonces, esté también será mi hogar.



     Londres la verdad no tendría nada especial. No sin ella a su lado. Por lo que no había sentido ninguna especie de arrepentimiento al haber utilizado parte de la fortuna que había heredado de su padre. La cual tampoco era que hubiese sido mucha al ser el segundo hijo varón y no el primero. Aquel dinero había sido lo suficiente para remodelar aquella pequeña casita de campo y parte de aquellas tierras, que su abuelo había logrado que un noble irlandés, le vendiera. Una hectárea, más aquella casa arruinada, que su abuelo había levantado con sus propias manos.



    Ahora estaba en sus manos el levantar aquello que también era suyo y no le disgustaba en lo absoluto. Sentía, que al menos, ella tenía opción de elección en su vida. Lo que muchas jóvenes casamenteras de Londres, de buenas familias nobles, jamás tendría. Ella podía elegir al menos como vivir su propia vida. En vez de unirse con alguien que la convirtiera en un completo infierno o la hiciera tan vacía.



     Ella seguiría el mismo ejemplo de su abuelo.



    Pronto los días empezaron a avanzar, permitiéndole a Anarella Rowling conocer a algunos de sus vecinos. Y según había escuchado de algunos habitantes de aquella ciudad. Su vecino más cercano, era segundo y único hijo vivo del difunto señor O'Rourke, que había vivido en aquel lugar desde niño, no era feliz.



    Y no porque Sligo no fuese el lugar más agradable del mundo para pasar la primavera. Tampoco era porque era un solitario. Pues se sabía que tenía muy buenos amigos. Entonces, ¿por qué era tan infeliz?...



    Sencillamente, la infelicidad de aquel hombre se debía a razones que, aunque hubiese querido saber, aquello simplemente le pertenecía a él.



    Solo a él...



    Y era algo que ella respetaba. No era de su incumbencia saber por qué era él infeliz o un hombre frío. Ni siquiera estaba en sus planes conocerlo ni descubrirlo por sí misma. Era mejor para ella jamás conocerle, si Dios le complacía con ello.

Corazón de Témpano (Editada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora