Capítulo 18:

27 6 18
                                    


Grito, grito y me sacudo para quitármelo de encima. Sarandeo mis miembros, me revuelco como un loco. 

Quiero patearlo, morderlo, escupirle la cara. Quiero matarlo. Sí, tengo unos desbordantes deseos de matarlo, deseos de comerlo, quiero comer. ¡Quiero que mi legua saboreé su sangre!

—Te mataré, bastardo —suelto una carcajada—, ¡te mataré, puta de Dios! —escucho murmullos extraños mientras aquel puñal penetra de nuevo, y de nuevo. Dolor y odio. Es como si a través de mí, hablaran sentimientos crudos, ajenos a mi voluntad— ¡Suéltame! ¡Suéltame ahora! —mi histeria se convierte en angustia, y comienzo a  llorar un líquido caliente y espeso— No te haré daño...eres mi amigo, jamás te haría daño. Por favor, suéltame —no sé cómo controlarlo. No sé qué pasa comnigo— ¡ARIEL! ¡QUE ME SUELTES, MIERDA! —Uno de mis brazos se libera y le propina un golpe espantoso.
—Uh, esto en verdad se puede poner feo —. Sostiene mi muñeca con firmeza, y todo su cuerpo intenta retenerme. No quiero lastimarlo, ¡él está intentado ayudarme! Pero el problema es que no sé ni dónde me hallo. Pareciera que este cuerpo ya no fuera mío.

El gusto a metal llega a mi garganta, y escupo sangre en grandes cantidades. Me he mordido la legua, maldición.

¿Qué debo hacer? ¿Seguir chillando incoherencias, sangrando hasta morir? No, no voy a terminar así, me niego. Exijo ver al desgraciado que me está provocando esto.

Arqueo mi columna y un salvaje grito sanguinolento surca mis oídos, antes de caer.

XXXXXXXXXXXXXXXXXXXX

—Chico...—moscas posándose en mi boca, y en el interior de mi nariz— Chico, ¡ey!

Levanto los párpados y toso inmediatamente, pegando trozos de patas y alas en las baldosas, oscurecidas por la cantidad de insectos muertos.

Alzo la cabeza, y me topo con un hombre obeso, desnudo y enorme, sentado en un trono impresionante. El tipo tiene el tamaño de una ballena. Sus brazos y piernas se encuentran encerrados en los diversos pliegues de su cuerpo, es más, por su posición, diría que no se mueve desde hace varios años. ¡Ni siquiera es capaz de abrir los ojos entre tantos dobleces!

Estamos en una iglesia abandonada. El techo altísimo, los ventanales llenos de polvo, la piedra gris, por cuyas grietas se cuela la escasa luz rojiza. Es inmensa, y sobrecogedora. Bancos desordenados, algunos hasta destrozados, con restos de sangre seca y muchísimas moscas más, conglomeradas en bultos irregulares.

—¿Eh? ¿Quién eres? —Escupo un par de veces, y limpio la saliva de mis comisuras. También aparto a las que revuelan a mi alrededor con ambas manos, molestia de bichos.

El tipo ríe a labios cerrados, evidenciando cierto desdén.

—Pensé que serías algo más...grande.

—Te pregunté quién eres, gordo — lo señalo—. Ya estoy sufriendo bastante, como para que venga un raro a interrumpir mi...lo que sea que esté pasando conmigo.

Los restos de moscas se mueven, y forman la palabra "Belcebú" delante de mí.

—O si prefieres, "El Señor de las Moscas"—con muchísimo esfuerzo, entrelaza sus dedos sobre su rolliza y sudorosa barriga. Este sitio es un asco, huele a podrido—. Dime una cosa, muchacho... ¿No te interesaría ser poderoso? Servir a alguien mayor... A alguien como yo.

—Tal vez... —sostengo mi barbilla sarcásticamente— No, ni de broma.

Su boca se tuerce, mostrándome su disconformidad.

—Y, ¿qué te parece si hacemos un trato?

—No me interesa.

—A ver si nos entendemos —su voz repercute hasta lo alto del techo, alterando a los insectos— estas discusiones innecesarias me producen hambre. Y, a sabiendas de que no piensas ceder a la razón... Considero que la mejor forma de no desperdiciar tu potencial, es alimentándome —.Relame sus labios gruesos, y con un puño golpea el asiento.

InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora