Capítulo 8

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Despierto en un salto... ¿Eso fue real? Argh, ¡claro que lo fue! Sólo yo puedo tener esta suerte de cuarta.

Observo a Ángel por unos segundos para asegurarme de que sigue durmiendo. Más vale que se quede así, porque conociéndome, es probable que termine matando al viejo, y no quiero que esta se raye del todo.

Corro y abro todas las puertas del piso superior, nadie. Bajo los escalones de tres en tres hasta llegar a la tienda. Un golpe, acompañado de vidrio rompiéndose, llama mi atención. Debe estar tras esa puerta.

Intento abrirla, pero está trancada desde dentro.

—¡Maldición! — Tomo carrera y la tacleo con mi hombro un par de veces. Acabo rompiendo la cerradura en pedazos.

Lo que hay ahí da pena, y eso que lo dice un desgraciado:

Casi no hay luz, todos los objetos de la oficina están desperdigados en el suelo, rotos...desde documentos rasgados, hasta jarrones hechos trizas.

Los berreos del hombre, más plagados de alcohol no pueden ser. Con la cara pálida y los ojos salidos de sí, bebe de una de las ya varias botellas de aquí. Cuando se toma hasta la última gota, la arroja contra la pared, haciéndola explotar, y luego se echa sobre el escritorio a llorar sin consuelo alguno...ay, hombre.

—¿Qué hice mal, Dios? ¿Qué hizo mi esposa?  —Grita con voz quebrada— Fue mi culpa...yo debí haber estado ahí. ¡Yo debí haber muerto! — Mi cuerpo se crispa al notar que saca, tembloroso, una pistola del cajón. Se incorpora un poco, lo suficiente para agarrar un portarretrato caído —Margaret...espérame, cariño—. Coloca el cañón en su sien y quita el seguro.

— ¡No! —Él levanta la cabeza, confundido— Piense en su hija, señor. ¿La va a dejar sola? —Avanzo indeciso hasta quedar a su lado— La vida es una maldita mierda —hago una pausa— pero usted es su padre —tomo su mano y bajo el arma — así que deje de ser un cobarde y aguante, por ella.

Frunzo el ceño. No reconozco mi propia seguridad cuando hablo, pero parece funcionar, porque abre la boca y los párpados con suma sorpresa, sin enfocar nada.

—Por ella... —Se cae al suelo, igualito a una bolsa de papas. Sí, al fin puedo volver a ser el idiota sexy de siempre...no lo arruiné... ¡No lo arruiné!

Bueno, primero a tratar de levantarlo. Es norma básica: A los borrachos aunque sea se los arrastra, pero hay que sacarlos del bar.

Le pongo un brazo sobre mi hombro y tiro hacia arriba. Menos mal que morí en buena forma, porque si no, el viejo seguiría despatarrado entre la mugre.

Me las arreglo para dejarlo en el sillón más o menos acostado (es bastante pesado, tampoco hago milagros...todavía).

Genial, ahora debo borrar el suicidio de su vida...y después tomar una cerveza para festejar mi nueva victoria.

Vuelvo sobre mis pasos y reviso uno por uno los documentos. Por fin doy con un papel bastante prometedor: "Querida hija, lo siento..." bla, bla, bla. Sí, la clásica. El bar allá abajo está a reventar de ellos, con mis amigos teníamos que soportarlos cada miércoles, hablando sobre cómo hacer nudos, quién fue el más creativo, etc,etc. Sé que suena insensible de mi parte...¡pero eso porque no los escucharon partirse de risa! (Será que son los malos, aunque igual).

Una vez en mis manos, la arrugo y la tiro en la estufa, sonriendo con satisfacción al verla arder.

Lo siguiente que hago, fu tirar las balas del arma por la ventana. Que las use otro si quiere, alguien de mi calaña.

Las botellas vacías las voy a dejar ahí, ni que fuera empleada doméstica. Ahora, esa que está sin abrir...es un whisky muy bueno, tirarlo podría significar pecado, ¿no? ¡Cuánta gente sedienta hay en el mundo! Ya, la tomaré por ustedes... ¡Pero sólo por ustedes, hermanos!

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