Capítulo 15

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La impotencia de Ben mutó en coraje cuando se vio obligado a andar por el césped escarchado del jardín de Ángela. Además, como si no fuera suficiente, todo se encontraba cubierto por el manto nocturno y debía utilizar la ineficiente linterna de su móvil. Era de esas veces que más se odiaba por el error que cometió esa tarde del accidente, ya que, de no haber sido por eso, podría correr por el césped y agilizar su búsqueda.

Cuando su linterna dio con la mesa de jardín, el corazón le volvió a palpitar con normalidad. Justo en el mismo sitio donde le entregó a Haru y hablaron sobre Lis, se encontraba Ángela sentada y dándole la espalda.

—¿Por qué crees que puedes entrar en una casa ajena sin permiso? —le acusó ella sin girarse.

—Aprendí de ti —respondió Ben, dejándose caer en una de las sillas—. Bel y yo estuvimos probando un rato cómo abrir la puerta con una horquilla.

—Si no se me diera bien invadir los espacios de la gente, quizá no estaría así —resopló y agachó la cabeza—. Conocí a Álex porque en primero de secundaria entré en el salón en el que practicaba en privado para su recital de violín.

Esa imagen llegó a la mente de Angie: la de un Álex que era todavía un niño intimidado por los problemas de casa y que tenía el único afán de llenarse de medallas para sentir que no era una decepción.

—Angie, lo siento mucho, de verdad, perdóname —expresó suplicante—. No debí hacerte esas preguntas y tampoco comportarme como un cabrón para que me lo contaras. Lo hice todo mal contigo.

Ella suspiró y giró la cabeza, mostrándole el maquillaje corrido en su rostro.

—La respuesta es no —mencionó con los labios temblorosos, sus ojos se cristalizaron y la brisa invernal alborotaba su pelo—. No volvería con Alexander si pudiera. Así lo hubiera querido él. —Angie parecía ajena al ambiente y a su interlocutor, quien negaba con la cabeza para detenerla—. Eso me dijo la última vez que hablamos o más bien peleamos. —Hizo una pausa y sonrió con amargura.

» El día que... —Cerró los ojos, de nada más decirlo le ardía el pecho—. Eso sucedió, él me dejó, pero como creí que era uno de sus arrebatos, insistí. Así era él: pedía algo, luego quería una cosa distinta, se enfadaba por una situación y después estaba como si nada. Pero algo más pasaba y quería que me lo dijera, las cosas habían cambiado entre nosotros desde que su padre murió.

» Y todo empeoró cuando hicimos esa gilipollez de escaparnos, nos pillaron y nos prohibieron vernos —dijo con coraje, era obvio que sentía una fuerte aversión a ese episodio—. Por esa época apenas hablábamos. De hecho, habíamos tenido una pelea cuando lo invité a mi casa unos días antes. Él me llamó porque dijo que quería que nos viéramos, yo creí que sería igual que siempre: después de discutir, nos pediríamos perdón y volvería a ser como antes, pero no fue así.

 Él me llamó porque dijo que quería que nos viéramos, yo creí que sería igual que siempre: después de discutir, nos pediríamos perdón y volvería a ser como antes, pero no fue así

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Un año antes

Álex la citó en su cafetería favorita, ese restaurante en donde solía ir a comer dulces en lugar de ir a clase, y Angie pensó que eso sería una buena señal. Entró al sitio, estaba hasta los topes, le costó dar con él entre tanta gente, hasta que lo encontró en una de las mesas del fondo. Estaba agachado y rodeaba con ambos brazos algo, haciendo una barrera para que nadie más que él pudiera ver.

Entre estrellas muertas y conspiraciones | Resubiendo |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora