No hay nada que el jefe no pueda solucionar. Parte de la verdad se revela.

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  Era un día normal, tranquilo, como los pocos que se podían encontrar viviendo en esa mansión, siempre era mucha gente moviéndose haciendo lo suyo, sumergidos en su mundo, pero en ese día en especial todo se hallaba menos ruidoso y más calmo era como si todo el personal incluidos los pocos sirvientes que tenían se hubieran tomado un descanso. Y Joseph notaba aquello en la casa, bajaba las escaleras con calma, había despertado hace dos horas y ahora se dirigía hacía el comedor donde dudosamente no había nadie sentado, ni siquiera estaban puestos los cubiertos, se podía decir que aquello lo preocupo y lo alerto a la vez. Ahora sus sentidos de alerta estaban activados, y con paso lento se dirigió hacía la cocina, notando ruidos ahí, entró dando una patada a la puerta asustando a una de las cocineras que se quedo abrazando un cucharon completamente asustada.

-¿¡Señor!?-

-Disculpa Mel- intento calmar a la muchachita -¿Donde están el resto?- su voz sonaba seria, con cierto deje de preocupación.

-N-no lo sé señor, el nuevo jardinero me dijo que sólo viniera a la cocina que nada pasaba- oír aquello alerto a Joseph ¿En qué momento habían contratado a un jardinero? En ningún momento -aunque es raro ver a un jardinero que use camisa blanca, se ensuciaría con la tierra- rió bobamente aquella chica, Mel era buena pero era tonta, distraída y algo ingenua.

-Quédate escondida donde no puedan encontrarte, volveré en cuanto pueda, saldrás sólo cuando de 3 golpes sobre la mesa con 3 segundos de espera entre cada golpe ¿Esta bien?- miro fijamente a los ojos de la jovencita, ella se puso seria asintiendo, aquello no era cosa de broma. Se escondió sintiendo como sacaban de la cocina una cuchilla, era especificamente la que se usaba para cortar grandes trozos de carne recién traídos, el señor Joestar ya era alguien con sus años encima pero aún era capaz de moverse como si de un joven de 20 años se tratase, como en su juventud cuando era un busca pleitos.

  Los pasos de Joseph se hicieron apenas audibles dentro de la enorme mansión, decidió investigar un poco por cuenta propia, todo estaba demasiado silencioso y comenzaba a sudar extremadamente nervioso pensando en Caesar, obviamente ese italiano no se dejaría tocar un pelo así de simple, pero estaba temiendo por su seguridad, su hijo, su nieto... 

-"¡Holly!"- pensó aquello y sintió un escalofrío en el cuerpo, su hija no sabía defenderse y si algo le pasaba, nunca se lo perdonaría, con ello en mente tomo con más firmeza el mango del cuchillo avanzando hasta llegar a la puerta que daba al patio principal, nada, se relajo un poco más escuchando ruidos de forcejeo en el patio trasero, ahí era donde estaba el jardín. Fue hasta allí viendo a alguien haciendo guardia en la puerta, se acerco lentamente empezando a ver ese cabello blanco al igual que la piel nívea, otra vez estaban fastidiando esos desgraciados de los albinos. Iba a darle una puñalada cuando un frío metal se le apoyo en la cien.                                      

-Te mueves vejestorio y te vuelo toda la materia gris que tienes en el cerebro- era la voz de una chica, peor aún, de una niña quizás no pasaba de los 15 años, se giro lentamente dejando caer el cuchillo alertando al de la puerta que saco el seguro de su arma viendo quién estaba detrás de él, suspiro aliviado recibiendo un golpe en el estómago de su compañera. Éste se quejo cayendo al suelo de rodillas sin soltar el arma -para que aprendas a estar más concentrado la próxima vez maldito retrasado mental- largo sus palabras filosas y con una expresión de molestia, una vez se encargo de su incompetente compañero tomo a Joseph sin dejar de apuntarle en la cabeza. -muévete anciano, no tengo todo el día- lo empujo hacía el patio donde vio a varios de esos tipos y uno de ellos sostenía a Holly y otro a Caesar que estaba amordazado.

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