[02]

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Cuando entro a mi casa, no me tomo la delicadeza de cerrar la puerta suavemente, es más, la cierro con tanta fuerza que mi madre sale de la cocina corriendo con una cuchara de palo

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Cuando entro a mi casa, no me tomo la delicadeza de cerrar la puerta suavemente, es más, la cierro con tanta fuerza que mi madre sale de la cocina corriendo con una cuchara de palo.

—¡¿Quién es?!—grita con fuerza mirando hacia todos lados.

Pero al verme, relaja su rostro y suelta un suspiro.

—Dios santo, Peyton, vas a matarme de un susto. Pensé que eras un ladrón o un usurpador.

Levanto los hombros y suspiro.

—¿Por qué tienes la cara llena de barro?—pregunta y pasa uno de sus dedos por mi cara.

—No es barro, es helado—respondo poniendo mi mochila en el perchero.

—¿Y eso por...?

—La chica del comité de bienvenida me regaló un helado, pero un idiota se chocó conmigo haciéndome caer al suelo, y el helado resultó en mi cara—dije y comencé a arrastrar los pies hacia las escaleras.

—Ve a ducharte Peyton, tu padre y unos vecinos vienen a la cena—informa regresando a la cocina.

—Ajá.

La verdad tengo cero ganas de cenar con gente desconocida, y más después de confirmar que soy demasiado mala para ser simpática con las personas.

Cualquier persona que me conozca, sabe que soy orgullosa, y me ofendo demasiado rápido.

Sin embargo, las relaciones sociales son algo que a mis padres les importa mucho, a diferencia de mí. Y no pienso arruinar eso.

Subo a mi habitación con pereza, y me meto al baño para pegarme una ducha rápida.

El olor a helado me tiene mareada, por suerte, con ayuda del jabón facial y el shampoo logro sacar tan hostigante olor.

Después de ducharme, me pongo la ropa interior nueva y salgo a mi habitación para vestirme.

Tomo mi iPod y lo conecto al parlante, y una movida canción de K-POP comienza a sonar.

—Dios, amo esa canción—murmuro y me dispongo a bailar.

Sé que bailo del asco, sin embargo, me importa un rábano, es mi habitación y nadie puede verme.

—¡Boombayah!—grito y me muevo al ritmo de la canción.

Muevo los brazos en círculos y las caderas al son de la canción, luego pego unos brinquitos y muevo la cabeza.

—Yah, yah, yah, boombayah...

Luego de que la canción termina, me digno a mirar por la ventana, y abro los ojos como platos.

Un chico al que jamás en mi vida había visto se encontraba mirándome por la ventana con una sonrisa suficientemente grande como para saber que se burla de mí.

¡Hey, Connor!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora