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—¿Por qué vienes a visitar a mi hermano?

—Porque somos amigos... —emito más como una pregunta. La pequeña me inspecciona de arriba para abajo e hizo una mueca.

—Está ocupado —expresa, haciendo un ademán con la mano, diciéndome disimuladamente que me marchara—. No puede atenderte ahora.

Abro mi boca para protestar. Últimamente me he dado cuenta de que las niñas me odian, y ni siquiera entiendo el porqué.

—No tienes por qué ser grosera con ella, Lacy. —Le reprendió la mujer mayor, apartó a la niña de la puerta y la abrió un poco más para verme—. ¡Oh, Peyton! Siempre es un gusto verte.

Me limito a darle una sonrisa de boca cerrada, la mirada furiosa de la pequeña de nueve años me resulta intimidante.

—Igualmente, Sra Monter —contesto centrándome en ella—. Vengo a ver a Alex, ¿puedo pasar?

La mujer parece pensarlo por unos instantes, pero finalmente asiente y se hace a un lado en la puerta para que yo entre a la casa. Intento esquivar a Lacy, quien parece querer lanzarme un martillo a la cabeza mientras paso por su lado.

—Está en su habitación. —Me da a entender la mujer, en tono amable—. Sólo... deja la puerta, ¿sí?

Arrugo el rostro al escuchar el comentario, ¿esa señora piensa que me voy a acostar con su hijo qué?

—Si señora. —Es lo único que consigo decirle, una vez que subo las escaleras.

La casa de Alex es exactamente igual que la mía, por lo que no demoro mucho en encontrar la puerta que la señora Monter me indicó minutos atrás. Toco un par de veces, esperando que el susodicho me abra, pero esto no pasa.

—¿Qué mierda? —pregunto. No hay música de fondo, ni nada parecido. Por lo que dudo que sea esa la razón por la que no me abra.

Vuelvo a tocar un par de veces, con la esperanza que el idiota responda, pero no lo hace.

Muerdo mis labios nerviosa. Saben que la paciencia no es para nada mi fuerte, y el esperar durante cinco minutos a que me abra la puerta me desespera. Luego de mirar mi teléfono una y otra vez, tomo la decisión de abrir la puerta yo misma.

Al hacerlo, me llevo una mano a la frente.

Alex se encuentra sobre su cama, plácidamente durmiendo como un bebé. De cierta manera me recuerda a la vez que Connor se durmió en mi casa, lucía tan apacible...

—Alex... —Lo llamo, removiéndolo un poco con mis manos—. Oye, idiota, despierta...

Emite un leve quejido con los labios entreabiertos, pero nada más. Hago una mueca e intento no perder los papeles.

—Alex... —Suspiro frustrada—.Alex... lo prometiste, vamos. Tienes que ayudarme.

Al no recibir respuesta, decido hacer caso a mi lado más irracional, y me le abalanzo encima como un simio. Mi cuerpo rebota sobre el suyo de una manera estruendosa. El chico abre sus ojos de impresión al verme frente a él.

¡Hey, Connor!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora