Capitulo 2

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─ ¿Un nuevo estudiante?─ pregunta Bryan

Volcancito lanza una risa muy seca y voltea su mirada a la puerta como si esperara que un demonio apareciera a atacarla. Vaya, realmente esta irritada. Me pregunto quién será mi nueva competencia.

─Pudiste esperar a decirnos en el próximo entrenamiento─ digo mientras bostezo.

─Es que él no va a ser mi estudiante─ declara.

No sé si fui la única cuyos ojos salieron de orbita ante esas palabras. Empiezo a buscar mis galletas de chispa de chocolate que compre en el camino, y me llevo una a la boca ─Entonces si no va a ser tu estudiante, ¿Por qué nos llamaste? ¿Tan difícil es encargárselo a otro Vizconde?─ pregunto luego de tragar la galleta.

Es muy raro encontrar alumnos con Jones. De hecho, si en algo me parezco en este sujeto es en que el vaticano lo tiene tanto reconocido como apartado. Y con apartado me refiero a que son muy pocos los novatos los que llegan a pedir una solicitud para ser sus estudiantes.

Verán, cuando yo tenía 7 años mi madre me envió a un “Instituto de niños especiales” pero una vez adentro nos explicaron a todos nosotros que no es para niños especiales. Sino niños con “habilidades”. Algunos como yo, decíamos tener amigos imaginarios con los que hablábamos; otros decían ver luces de colores alrededor de la gente; otros decían que lo que soñaban se cumplía en la semana; incluso llegaron a decir que podían mover los objetos. Nos llegaron a poner exámenes y pruebas para ver si lo que decíamos era cierto. Algunos se fueron a otro lugar donde si atendían su “especialidad o habilidad”. Pero los demás como yo, nos quedamos. Nos enseñaron que antes que nada, no debíamos tener miedo, pues eso solo lo empeoraría todo, más para nosotros que para los demás. Se nos mostró parte de educación básica y tuvimos que tomar talleres según nuestra especialidad.

Al cumplir todos los 10 años, se nos dijo que teníamos que tomar ahora nuestro propio camino. Se nos dio 2 opciones. La primera, si deseábamos ser personas de sociedad. Si escogíamos esa, se nos mostraría como controlar nuestro don, en el mejor de los casos, se sellaría; luego se nos impartiría la educación normal como la secundaria, bachillerato, e incluso se harían responsables de conseguirnos una universidad. Lo único que tendrían que hacer es que si el don volvía y más fuerte, deberíamos inmediatamente regresar para que ellos vieran que hacer.

Pero yo… yo escogí la segunda. Ofrecer mis servicios al vaticano.

¿Por qué decidí ser exorcista? ¿Por qué negarme a la oportunidad de llevar una vida normal, con problemas normales, con actitudes normales? Fácil. Porque mi mamá pertenece a la sociedad. Ser de la sociedad implicaría ser como ella quiere.

No voy a ser como ella quiere. Si ella no me acepto como era, me abandono en un lugar extraño, y para colmo me remplazo por esa niña que se parece a ella, no veo por qué debo ser yo la que de, el primer paso.

Y bueno, luego de escoger al vaticano, se nos enseñaba lo más básico, desde unos cuantos versos de la biblia, hasta unos pocos movimientos de defensa personal, ese curso solo duro un par de meses, luego nosotros escogíamos a los maestros… bueno, mejor dicho llenabas una solicitud, él te ponía una prueba y si aprobabas te quedabas con él. Pero mi desgracia era tan grande que de los tres maestros que escogí, ninguno llego a aceptarme. Era tan patética, que incluso me fui a entrenar todo un día en el campo de entrenamiento. Lo recordaba perfectamente ese día:

Me encontraba golpeando con fuerza el saco de arena frente a mí, mientras mis lágrimas corrían por mis mejillas ya muy húmedas. Sentía mucho dolor en mis nudillos pero trate de ignorarlo por completo. ¿Enserio era tan mala en la pelea? Los tres Vizcondes dijeron que no tenía ni velocidad ni resistencia en combate, y aunque me supiera del derecho al revés los versículos no tenía la suficiente fuerza espiritual, sin mencionar que soy débil en carácter y actitud.

La ExorcistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora