XVIII

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Aenar se acercó sigilosamente a su presa, avanzaba silenciosamente entre los árboles, se deslizaba con minuciosidad sobre la hierba.

Robb le sonrió, animándole con un gesto de la cabeza. Aenar alzó la ballesta, cerró un ojo y apuntó. El ciervo giró la cabeza con rapidez, lo suficientemente rápido para contrmplar como una saeta le daba de lleno en medio de la cabeza.

El Rey en el Norte sonrió y luego se rascó la cabeza.

— Sigues teniendo buena puntería, primo — Dijo Robb cuando estuvieron sentados bajo la carpa que los sirvientes habían montado durante la mañana. Llevaban dos días de cacería — Aunque no recuerdo que bebieses tanto vino.

Aenar removió la copa de vidrio.

— Pensé que tú entenderías algo así. Paso el día entre señores y damas que no paran de porfiar por mi favor. Tengo que gobernar un reino aislado y por si fuera poco estoy esperando a mi futura esposa.

Robb ladeó la cabeza con una sonrisa.

— La joven Tyrell. He oído que es hermosa como...

— ¿Cómo una rosa? — Aenar asintó — Sí, todas las Tyrell son rosas doradas pero las rosas tienen espinas... más que una mujer corriente.

— Dime, Aenar ¿Qué debo darte para que me ayudes en la guerra?

— ¡Por los Siete, Robb! No es algo que debas darme, es que debo pensar en todo el Valle y...

— No quieres enemistarte con los Lannister — Robb habló con sorna mientras hacía una mueca de desagrado.

— Además Stannis Baratheon marcha contra Desembarco, los dos podreis enfrentaros a los Lannister sin problema, mis caballeros...

Robb se alzó, hecho una furia.

— ¡¡Los tuyos son los mejores caballeros de todo Poniente!! La última vez que los caballeros del Valle y los señores del Norte se unieron derrocaron a la mayor dinastía que el mundo ha conocido.

Aenar se reclinó, meditando las palabras de Robb. Ardía en deseos de ayudar en la derrota de los Lannister pero no se atrevía ¿Que ocurriría si perdiese una batalla? ¿Si al perder decepciona a sus caballeros?

El relincho de un caballo resonó entre las altas montañas. Los caballeros desenvainaron sus espadas.

— Alto — Ordenó — Roger ¿Qué ocurre?

Tanto la bestia como su jinete respiraban con dificultad. Roger tenía el pelo revuelto, la piel sudurosa y las ropas más estropeadas de lo normal.

— Malas noticias, Aenar. Han llegado unos viajeros desde la Puerta de la Sangre. Debes volver a las Puertas de la Luna ¡Ya!

Aenar no preguntó, simplememte montó a su caballo y, seguido por Robb y sus guardaespaldas, cabalgó hasta las Puertas de la Luna.

Era un castillo de tamaño mediano, de extensas murallas grises y bajas torres gruesas y cenicientas con tejados azules y oscuros. Estaba rodeada por un foso y varias empalizadas de madera llenas de caballeros, siempre vigilantes. Aenar había traslado a parte de su corte a las Puertas de la Luna durante la semana que iba a durar la cacería con Robb.

Dejaron las cabalgaduras en el patio de armas. Aenar entró en el castillo a paso rápido hasta la sala principal. A su paso por los pasillos los sirvientes y caballeros miraban a su señor con una extraña mirada de temor y tristeza, una doncella incluso estaba llorando.

— Mi señor — Lord Royce le alcanzó mientras entraba. Al fondo de la sala había decenas de nobles, arremolinados — Llegó esta mañana. Los trajeron aquí de inmediato.

La multitud se alejó y Aenar contempló con horror el cruel cuadro frente a él. Decenas de personas yacían muertas sobre el piso de piedra. Mercaderes y una joven, que parecía ser e buena familia, estaban muertos, sus cuerpos cercenados y llenos de sangre.

Aenar se llevó la mano a la boca. Le entraron arcadas pero consiguió no vomitar.

— Este hombre estaba en el lugar de los hechos, mi señor — Expuso lord Royce.

El testigo era un hombre de unos cincuenta años con el pelo canoso. Tenía muchas heridas pero parecía estar relativamente sano.
— ¿Quién ha cometido este acto tan... repugnante? — Masculló Robb.

— Mi señor...

— Él no es tu señor — Explicó Roger y luego señaló a Aenar con un ademán — Él es el señor del Valle.

El anciano hizo una marcada reverencia.

— Fueron casi cuarenta hombres, mi señor. Grajos de Piedra, diría yo. Nos dirigíamos hacia Puerto Gaviota desde Septo de Piedra para la boda de mi señora. Cayeron sobre nosotros y nos pasacraron.

— No a todos — Señaló el hombre sin rostro — Vos seguís vivo ¿Cómo?

—Me escondí bajo el carro. Los salvajes se llevaron todas nuestras poseciones.

Los nobles miraron a su señor, callados y expectantes.

— Mi señor — Dijo lady Waynwood — Esperamos vuestras órdenes.

Aenar subió los escalones de su trono y luego miró a todos los presentes.

— Desde tiempos de Lord Artys, el Caballero Halcón, las tribus de las montañas han amenazado nuestro hermoso Valle ¡Eso se ha acabado! Quiero que preparéis a los mejores arqueros, reunid a mis caballeros ¡El reinado de terror de esos salvaje termina ahora y su sangre regará las Montañas de la Luna para que los mismos dioses contemplen su derrota!

Altojardín:

Myna no deseaba salir al gran salón donde esperaban los mensajeros del señor del Valle, del que sería su prometido. Dickon, él debía ser el hombre que lo esperase sobre el altar pero no, ella era una Tyrell y su destino ya había sido decidido. Sería la rosa que brillaría en un solitario y sinuoso nido de halcones.

— ¡Lady Myna, de la casa Tyrell! — Anunció el heraldo de su padre.

La chica entró en la gran sala. Trescientos pares de ojos se la quedaron mirando. Sus padres, hermanos y abuela, nobles y damas y sobre todo su Dickon. Él estaba de brazos cruzados, muy al fondo.

La comotiva del Valle estaba formada por decenas de caballeros de robusta armadura. La dirigía un hombre mayor que vestía un jubón de lana azul con un ancla cosida, una mujer y un caballero que sostenía la mano de la dama, Myna habría jurado que eran prometidos o esposos, como deberían ser Dickon y ella.

— Lord Tyrell, vengo en nombre de mi señor, lord Aenar, para pediros la mano de vuestra hija ¿Qué respuesta debo dar a mi señor?

— Decidile que será un honor unie nuestras casas — Lady Olenna respondió, educada pero verazmente — Myna, te presento a lord Melcolm, el enviando de tu esposo.

Myna hizo una educada reverencia mientras musitaba un "mi señor."

— Milady, mi señor quería haceros saber de su felicidad pod esta unión y para que podáis juzgar a vuestro prometido, lord Aenar os regala este humilde presente — El noble chasqueó los dedos.

Dos caballeros se acercaron y dejaron un gran objeto envuelto sobre el suelo.

La dama bajó la lona de seda azul y plata y reveló el cuadro.

— Os presento a lord Arryn

La chica observó al bello joven que en ese momento la miraba desde el lienzo con ojos azules de tela. La chica se acercó y miró la obra, embelesada. No podía creer que ese chico fuese real.

— Mi señora ¿Aceptaríais a lord Arryn en matrimonio?

Ella miró a su abuela y luego a lord Melcolm.

— Acepto, mi señor.

Justo en ese momento las puertas del salón se abrieron con violencia y Dickon salió, hecho una furia.

As High As HonorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora