Pasó más de una semana hasta que volví a ver a Kamil. No fue como la primera vez en el bosque. Había ido al pueblo a ver si encontraba algo que hacer y pasar lo que quedaba de mañana y toda la tarde por los alrededores. Pasaría unos días en casa de un amigo. Pero solo iba a su casa a dormir. Si quería comer, debía apañármelas yo solo. Os diría el nombre de mi amigo, pero han pasado ya un par de años y no me acuerdo.
Hice un par de recados a una señora mayor y después aún hombre que me pareció bastante joven. Tuve que ir hasta la otra parte del pueblo para finalizar mi tarea. Casi había olvidado el incidente con Kamil en el bosque, cuando la encontré, bueno, más bien ella me encontró a mí. Entre la multitud, vi una silueta que me resulto familiar, y cuando se dio la vuelta y pude verle la cara, descubrí que era ella. No sé por qué era, pero no me apetecía tener nada que ver con ella. Quizás se debiera a lo que y recordaba o al ya mencionado incidente del bosque. Nuestras miradas se cruzaron un momento y deseé que no me hubiera reconocido. Me giré bruscamente y anduve en dirección opuesta en la que estaba Kamil, evitándola. Intenté mezclarme entre la gente, pero no sirvió de nada. Me había visto y me había reconocido. Entonces, gritó mi nombre, elevando la voz por encima del murmullo de la muchedumbre.
-¡Mordekai! – me pareció que el sonido de la multitud se fue disipando poco a poco hasta quedar en silencio y solo pude escuchar mi nombre.
Ahora no podía hacer como que no la había visto. Había levantado ligeramente la cabeza en dirección a donde se encontraba ella. Me mordisqueé nervioso los labios y pensé ‘’demasiado tarde’’. No tuve más remedio que acercarme, a regañadientes y cabizbajo. No era mi intención tener problemas con ella, ni con su familia, bajo ningún concepto. Estaba a dos pasos de ella cuando por un callejón cerca de donde se encontraba Kamil apareció un hombre alto y muy musculoso.
-¿Se encuentra bien? – el tono de su voz mostraba respeto y a la una ternura que no era capaz de ubicar en un hombre con tan robusto. Su voz me sonaba de haberla escuchado ya en alguna parte.
-Sí, puedes retirarte. –le dedicó una sonrisa llena de cariño al hombre. Por un momento sentí una pizca de celos. A mí también me gustaría que me sonrieran así.
El hombre asintió y se alejó a paso ligero hacia una taberna que se encontraba bastante cerca de donde estábamos nosotros, seguramente a beber y a hablar con los amigos de quien sabe qué.
-Se quién eres. -Fue lo primero que le dije cuando el hombre desapareció por la puerta de la taberna. Lo dije sin que ella lo esperas y al instante la sonrisa que aún tenía en el rostro desapareció y bajo la vista. Me sentí un poco culpable por haberla puesto triste, pero tenía que dejar las cosas claras.
Sabía quién era. ¿¡Cómo no había caído antes!? Era la primogénita de la familia más rica del pueblo. Por lo que tenía entendido, estaba prometida a un barón o marques, no recuerdo exactamente cuál de los dos era, aún más rico, desde que nació. En cuanto se casase o sus padres muriesen se haría con una fortuna increíble. Bueno, eso era lo que contaban por la calle las chismosas y algún que otro borracho que se iba de la lengua y empezaba a insultar a su familia y que, posteriormente acaba bastante mal parado.
-Extraño seria que no lo supieras -dijo al fin, suspirando. Las palabras le pesaban.
No hablamos durante unos instantes. Ella me había llamado para algo, o eso supuse yo. Sin embargo, como no parecía muy dispuesta a hablar, hice ademán de irme. Aun podría aprovechar lo que quedaba de día para hacer algo.
-¡Espera! Voy contigo. –dijo, nada más me di la vuelta. Me giré para mirarla, y sus ojos se clavaron en mi pecho como dos puñales del color del oro.
Y otra vez no pude decirle que no a esos ojos.
-¿Y el hombre de antes? -pregunté, algo nervioso. Ese hombre era enorme y de todas las personas que había en el pueblo, no me apetecía nada tener problemas con semejante hombretón.
