Pasamos de no habernos visto nunca a vernos cada vez más. Pasaba la mayor parte de los días en el pueblo, buscándola por todos los rincones que había. La mayoría de las veces lo conseguía, y mi corazón empezaba a latir con fuerza en mi pecho, queriendo salir. Muchas de las veces, venia corriendo hacia mi, sin importarle lo que los demás pudieran llegar a pensar de ella, o de nosotros.
Me sentía extraño si no estaba con ella, vacío, y solo su compañía me llenaba. El cosquilleo que sentía al ver su rostro entre toda la multitud, la sensación de que en cualquier momento me vería y se acercaría feliz hacía mí, todo. Nadie me podía quitar la felicidad en aquellos momentos,
Las tardes que pasaba con ella eran maravillosas. Hablábamos de cualquier cosa. Yo le hablaba de mi familia, de mis hermanos... Omitiendo algunos detalles sobre la relación que tenía con ellos. Y ella me escuchaba, sin interrumpirme, atendiéndome en cada momento para no perder ni un solo detalle. Le brillaban los ojos cada vez que abría la boca para decir algo. Lo sé porque yo también la miraba a ella. Kamil decía que yo era libre, que no tenía que preocuparme de hacer o no bien las cosas. Yo le decía que no, todo no era tan fácil como se lo contaba. Si queríamos seguir viviendo como vivíamos hasta ahora teníamos que seguir trabajando, y pagar los impuestos, le dije en alguna ocasión. Entonces ella callaba. Se sentía culpable. Los que recaudaban los impuestos eran los criados de su padre. Pocas veces lo hacía él. Supongo que tendría cosas mejores que hacer.
No recuerdo como fue, pero hablamos de nuestro primer encuentro, sentados en un banco, una tarde de primavera, en la que un ligero aire fresco movía sus largos cabellos castaños.
-Me debes varias Frutas del Atardecer -le dije, medio en broma.
-¿Cómo? -lo olvidaba. Solo mi madre y yo las llamábamos así. Ella no las conoce por ese nombre.
-La primera vez que nos vimos -le expliqué- las llevaba dentro de mi zurrón, y te las comiste. —añadí, con un toque de picardía en mi voz. Se paró a pensar un momento y cuando lo recordó estalló en una gran carcajada.
-Es verdad. Estaban ricas. —sonrió.
-Podríamos ir a coger algún día. —pregunté inocentemente. Las palabras habían salido solas de mi boca. Ni siquiera las había pensado. Ella bajó la vista y suspiró.
-¿Ocurre algo? ¿He dicho algo malo? -empecé a arrepentirme de mis palabras.
-Es que... -no sabía si contarlo o no- la última vez que estuve allí, contigo... -lo dijo en un tono extraño. Le costó continuar, como si las palabras le pesaran en la garganta y no pudiera decirlas.- Marco, el hombre que me buscaba, se lo contó a mis padres. Mi madre se enfadó muchísimo, y mi padre me dio una bofetada -se acercó la mano a su mejilla derecha y empezó a masajeársela. Por un momento me recordó a mí, cuando mi padre me la había dado por no querer trabajar con él.- y me encerró en mi habitación. Me prohibió salir a excepción de comer y asearme. Por eso tardé tanto en volver a verte —hizo un intento de sonrisa, sin embargo, apenas duro. Siguió- Mi madre lo paso mal. Veía sus ojos hinchados cada vez que bajaba a comer. No he sabido si era porque mi padre me tenía encerrada o por lo que me podría haber pasado allí, en el bosque. Me dijeron que no querían que volviese por allí. No querían que me sucediera nada malo, aunque yo sé que lo hacían más por el dinero que conseguirán cuando me casen, sobre todo mi padre. -suspiró.
-No... No lo sabía... -balbuceé- Lo siento mucho.
-No lo sientas. La culpa fue mía al querer tocarles un poco las narices. -lo dijo enfadada. Lo noté al ver como entornaba esos ojos de color de la miel. Balanceó un poco las piernas, pensativa.
-Entonces olvida lo que te he dicho —respondí, un poco abatido. Me sentí culpable por haber tenido que recordarle todo eso.
Su vida no había sido tan diferente a la mía, en cierto modo. A mí tampoco me gustaba recordar las injusticias que me habían hecho pasar mis padres. Recuerdos que preferiría borrar, que nunca hubieran existido en mi cabeza. Creo que Kamil se sentía de una manera similar a la mía. Yo podía aguantar, pero que ella pasara por eso no lo soportaba. No se lo merecía.
Sacudió la cabeza.
-No, yo quiero ir al bosque. Me gustó estar allí, y además, no estaba sola —me guiñó un ojo, pero a la vez lo dijo muy segura de sí misma.
-Pero yo no puedo hacer nada -se me acababan las ideas, ¿a dónde quería llegar con esta conversación?
-Yo no he dicho que hagas algo. No soy como mis padres. No me gusta dar órdenes. Te lo pido por favor. —dijo casi en un susurro. Cada vez su voz sonaba más bajita, temiendo que alguien la escuchase y fuera corriendo a decírselo a todo el mundo.
Esta vez no lo pedía con los ojos. Las palabras había salido de su preciosa boca.
-Pero sigo sin poder hacer nada. Yo no puedo sacarte de casa.
-No hace falta que lo hagas. Yo sola puedo salir. Mi ventana no es muy alta, pero si lo suficiente como para romperse una pierna o un brazo. Al lado hay una planta trepadora viva y lo suficientemente fuerte como para aguantar mi peso y poder bajar.
-Me estás diciendo ¿qué te quieres escapar? -no daba crédito a lo que oía. ¿Lo decía enserio? ¿De verdad?
-No, no. No quiero escaparme, exactamente. Solo ser un poco más libre. Y tú me ayudaras. — al ver que no le contestaba, se giró hacía mí y me miro.- ¡Vamos! —insistió cariñosa, dulce. Sonrió como si fuera su última sonrisa.
-Está bien... -accedí, resoplando.
¿Cómo acabaría todo esto? ¿Se enterarían sus padres y nos meteríamos en un lío? En esos momentos no quise saberlo. Sacudí la cabeza y pensé que, al fin y al cabo, iba a estar con ella. Aquella idea me animó al instante.
-¡Bien! —Se levantó de un salto y empezó a aplaudir alegre.- Mañana por la mañana te espero en la fuente detrás de mi casa. -Y su tono no admitía ninguna réplica.
No pude decir nada más. Se alejó por donde habíamos venido y se despidió con un ''adiós'' más alegre que de costumbre.
Yo aún me quede un rato sentado en aquel banco. Ahora me parecía más triste, sin Kamil. Parecía como si toda la felicidad del mundo la llevara ella incrustada en su interior. Miré hacia el cielo, ahora color naranja casi azul, pues estaba anocheciendo ya. Las primeras estrellas empezaron a iluminarse, y cuanto más brillaban, más se parecían a Kamil.