Fuego

74 1 1
                                    

-Pinzas- decía una voz - Agua...

-*Agh, cresta, mi espalda. ¿Hola? ¿señora? ¿Me podría traer algo de jugo terroso?*- pensé mientras reaccionaba

-No... no... no, no, no, no ¡Trae toda la valeriana que hay arriba!... ¡rápido...!

-¡AAAAAAAH!- empecé a gritar, histérica, sin poder articular media palabra. Creo que JAMÁS en la vida he sentido un dolor tan terrible ni tan potente; era como... a ver, imaginen un parto de quintillizos, todos a la vez. Agregenle un disparo... no, una bala de cañón contra la cara, y el ser quemado vivo... ¿lo tienen? bien, eso no se compara en absoluto a lo que sentí. Era una marea constante de calor, como brasas en mi espalda junto con millones de agujas perforando mi carne desde un extremo al otro de mi cuerpo, entrando y saliendo sin piedad, una y otra vez. Uf... no puedo creer que sobreviviera a eso.

Sentí unas manos que me sujetaban la nuca y la espalda baja, aplastándome contra la superficie en la que estaba acostada boca abajo. No veía nada (me encantaría saber por qué) y estaba sin polera y sin sostenes encima de algo frío y duro.

-Aquí- dijo entre mis gritos una voz familiar

-*¿María?*- pensé

-Bien- respondió la señora de antes

-*¡Doña Eugenia! ¿Qué pasó? ¿Por qué no veo nada?*

-Ya, con eso bastará- eso fue lo último que escuché antes de quedarme dormida otra vez

Volví a ver pasados dos meses (sí, más tiempo del que esperaba), sin embargo el dolor seguía palpitando en mi espalda; sentía como si me hubiesen colocado fierros calientes por músculo. Habían acordado mantenerme sedada hasta que supiesen qué hacer para ayudarme, pero los momentos en que se pasaba el efecto... uf, deseaba morir en esos ratos, ni se imaginan.

El segundo miércoles que estuve despierta llegó a visitarme el hombre bajito, calvo y con una extraña vena sobresaliente en el cuello que conocí del grupito de brujos.

-¿Jerónimo?- dije pronunciando con dificultad (quedaba algo atontada con las anestesias)

El tipo sólo se dignó a mirarme con desprecio y a caminar alrededor de mi cama hasta mi lado derecho, donde puso un maletín negro y su chaquetón peludo, junto al velador. Sacó muchas bolsas de colores, unos guantes de cirujano, unos fósforos largos como dedos atados con un cordón de zapato y una vela. Sin mirarme en ningún momento, se colocó los guantes mientras me hablaba sobre lo que haría.

-Tienes un tipo de hielos venenosos incrustados en la espalda. Parecen vellos normales, pero son duros como rocas, rectos y transparentes; tampoco se pueden sacar porque se agarran con más fuerza a la piel si lo intentas, algo así como las trampas para conejos- continuó mientras mezclaba cada polvo en distintos platillos, con un líquido transparente que dudo que fuese agua- La única manera de eliminarlos es derretirlos con fuego, así que... comenzaremos con el litio

Dicho esto, tomó un fósforo , encendió la vela que tenía una llama sin color para mi sorpresa, untó otro en la pasta que tenía preparada en uno de los platos y lo encendió con la vela.

-Quítate el camisón y ponte boca abajo

-¿Perdón?

-No empieces, niña, tengo trabajo que hacer

-... Hay formas y formas de pedir las cosas, compadre- contesté molesta

No me gustó mucho la idea, pero su expresión me dió a entender que no me convenía discutir. Supuse que lo que hacía no era por iniciativa propia. Por suerte, parecía saber algo de respeto porque luego de dar la orden, se dio vuelta para que pudiese acomodarme sin problema.

Detrás de esa PuertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora