Dulce

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Me lloraban los ojos, la garganta me ardía como una vez lo había hecho la espalda, María era apenas una silueta entre el humo, las cenizas flotaban y se metían por mi nariz, ennegreciendo todo dentro mí, incluso mis ideas; la casa había sido quemada y no habían rastros del cuerpo de Jerónimo.

Ninguna de las dos fue capaz de decir nada, sólo... uf, eso fue duro, ¿saben? Uno como persona jamás se imagina que será testigo de tragedias como esa; nos lamentamos por cosas tan pequeñitas que cuando llega la verdadera hora de sufrir nos sentimos hueones y avergonzados de lo que fuimos e hicimos antes del preciso instante, pero aún así, NADA NI NADIE te prepara para lidiar con tu conciencia, así que después de mucha reflexión nos damos cuenta de que sentimos envidia de aquellos que aún son capaces de quejarse por conflictos menores de sus vidas, por ridiculeces sin dificultad porque... la sencillez nos parece entrañable.

El comedor donde hacia unas noches habíamos cenado estaba vuelto un piso negro envuelto en humaredas que me recordaron tanto a los responsables de eso que inconscientemente me encontré con los dientes apretados esperando el primer golpe.

María entre tanto caminó al centro del living y agachándose a recoger algo de cenizas comenzó a hablarse a sí misma.

-Hm podría ser magia antigua

La miré algo sarcástica como era mi lamentable naturaleza y le pregunté si no sería simple fuego el capaz de crear igual desastre. Sobra decir que ella no me dió la mejor de sus caras.

-Lo sospecho ¿sí? Sólo eso, considerando que nadie ha venido a apagar el fuego... hmm, ah, ya sé qué hacer, pero necesitamos ayuda- Y dicho esto se dirigió a paso firme calle abajo hasta que pasados unos minutos nos encontramos con una plaza rodeada de tienditas comerciales, entre las que había (sí, adivinaron) una librería. Adentro, María se apoyó con ambas manos en el mostrador y preguntó con demasiado ánimo por el libro de Hansel y Gretel, a lo que el viejito que atendía respondió muy sorprendido que iría a ver si lo tenía. En lo que él volvía, ella se sacó del cuello una cadena media oxidada y la escondió en su puño cerrado. Cuando llegó, María agradeció y le quitó lo pedido con brusquedad, comenzó a frotar su mano derecha sobre la tapa del libro, tarareando una cancioncita media rara, y luego sopló de tal manera las páginas que éstas se revolvieron todas hasta detenerse justo a la mitad del cuento, en donde dejó caer la cadena que desapareció haciendo un sonido de caer en agua. El viejo, mirando el rito con curiosidad, casi se murió del susto cuando vio que María desaparecía dentro del libro con el mismo sonido luego de decirme simplemente "página 4 y quédate callada" y saltar sobre el mismo. Quedé sola con el caballero hasta que reaccionó y corrió a la calle, espantado. Me apuré en irme cuando el hombre empezó a hablar con los transeúntes, apuntando a la tienda.

Caí sentada en un bosque, frío, negro por la falta de luz y húmedo, super húmedo. Iba a gritar el nombre de María cuando su mano corrió a taparme la boca.

-Shh, soy yo, tranquila- dijo en voz baja

-Ay María...- respondí recibiendo otro tapón de boca

-Shh te dije que estuvieses callada

Me zafé de su mano mojada (por la tierra, supongo que se apoyó en el suelo) y le pregunté por qué necesitábamos tanto silencio... y lo que me dijo me dejó para la caga. Me tomó del brazo, miró para todos lados y me agachó para decirme al oído que "si se sabía que yo estaba ahí, moriría". Tragué saliva, nuevamente aterrada por la presencia de gente igual o peor a las que se hacían humo.

Siempre con señas, María me guió por entre los frondosos árboles (sin exagerar, era agobiante; les apuesto que un claustrofóbico se hubiera vuelto loco ahí) hasta unos arbustos enormes, detrás de los cuales nos escondimos.

Detrás de esa PuertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora