-No
-Ya poh, no seas cabro chico- repliqué, siguiéndolo como hueona por el departamento
-¿Qué?
-Agh, es... algo que decimos en mi país, ahora deja de portarte como un pendejo y ayúdame
-Que no
-¡Aaaagh!
Ya rendida por lo porfiado de Claudio, me tiré en el sillón mientras él se encerraba en su pieza. Estaba tan molesta por su actitud, y al mismo tiempo tan cabreada (llevaba una media hora rogándole) que decidí tomarme un segundo para calmar las aguas en mi cabeza... y de pasada, esperar que por milagro, él recapacitara.
Prendí la tele decepcionándome al instante de escuchar las noticias, Bob Esponja y un documental sobre delfines, TODO en japonés. Luego de la elegante chuchada que lancé al aire, me puse de pie y me dirigí al ventanal que daba a la gran ciudad de Tokio. Era de noche, y todo brillaba como si las estrellas del cielo se hubieran caído sobre los edificios y calles. Era hermoso y no pude evitar una sonrisa nacida desde el fondo del corazón de una arquitecta; eso era justo lo que necesitaba, un recuerdo de lo que soy. Unos minutos más tarde, estaba decidida a convencer a mi amigo de cooperar.
-Claudio...- dije casi inaudible, como conversando conmigo misma, o quizás con Japón, considerando que aún no despegaba la vista del paisaje- ¿Por qué no quieres dejarme ir?
Entonces una voz sonó desde el otro lado del muro que daba a la pieza de él. Incluso en mi rabia, mi decepción y mi impaciencia, me daba risa su actitud de niñito mañoso; cuando lo conocí, ni siquiera hubiese imaginado que podía ser así.
-... Porque no quiero que te vayas... por eso
-Aaah - contesté, suspirando largamente. En serio no conseguía entender qué tanto lo hacía aferrarse a mí. Fue entonces cuando mi cabeza rescató el recuerdo de la escena de celos que la antigua miembro del grupo había realizado por mí más de una vez - *¿Yo, gustarle a Claudio?*- me quedé pensando en eso un rato, pero concluí, sacudiendo la cabeza, que era tonto. Para cuando me estaba riendo de la simple idea, la puerta de la pieza se abrió, y mi amigo salió con la cara encendida y el vidrio sucio que usaba para trabajar en una mano mientras se rascaba el cuello con la otra; al fin había entrado en razón.
-Julieta... ¿me perdonarías?
-... Jaja, obvio que sí, hueón- contesté, abrazándolo. No, Claudio no tenía esa clase de interés en mí (y por suerte, yo tampoco en él), lo nuestro era la pena y el miedo de perder una verdadera amistad, una que seguramente él no se permitía tener con cualquiera; el mundo de la magia es genial, pero demasiado peligroso como para hacer amigos
-No quiero que te vayas... porque no creo que vaya a encontrar a alguien como tú de nuevo; eres la amiga más heróica y divertida que he tenido, la hermana que me hubiese encantado tener-dijo, respondiendo sin querer a mi duda original mientras sacudía mi pelo como mi hermano lo hace conmigo; ese recuerdo sí que me dolió - No sabes cuántas cosas te habría ahorrado vivir si hubiera podido
Eso verdaderamente me conmovió, casi al punto de las lágrimas, sin embargo, conseguí aguantarme antes de que se diera cuenta y volví al tema que nos convocaba, el espíritu de la puerta en la casa de María. Claudio, por supuesto, se puso a trabajar al tiro, amarrándose a la puerta del baño antes, como medida de seguridad. Debo decir que esta parte fue muy aburrida, por lo que me ahorraré la noche que pasé casi en pijamada con un cuerpo colgando del techo, y me dirigiré a la información principal.
Alrededor de las tres de la tarde del día siguiente, Claudio bajó del vidrio sucio, cansado y triste, ya que no había respuestas ni en el pasado ni en el futuro de María.
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Detrás de esa Puerta
FantasyEn 2015, mientras miraba historias de otros autores fracasados como yo, encontré un cuento mal redactado de una niña de 16 años que decía haber desaparecido un año entero durante el cual sufrió las experiencias más increíbles, sobrecogedoras y trau...