Noche

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Así que... en resumidas cuentas: tenía mi uniforme de vuelta, me sentía miserablemente culpable por la muerte de un bebé y el dolor de una madre, estaba perdida en un mundo avejentado salido de las películas con un montón de desconocidos con inventos raros que discutían sobre gatos, habían descubierto mi accidente con el vestido prestado (por eso se molestó Doña Eugenia, era de ella) y me encontraba confundida, sola, hambrienta, rodeada de repisas con frascos de mermelada... o conservas, no sé, yo suponía que lo eran (aunque estaba muy equivocada), muerta de frío y a oscuras en el segundo piso. Una envidiable posición, ¿cierto?.

En fin, había terminado de vestirme y buscaba con dificultad, por la falta de luz, alguna cosa donde poder sentarme cuando llegó Doña Eugenia por la escalera cargando un bol con líquido rojo y un trozo de pan.

-Toma, crema de tomate, te hará sentir mejor

Le sonreí para agradecerle el gesto cuando recordé el anillo en mi boca, que aún me hacía sangrar las encías.

-¡Oh, espere!- la señora paró al inicio de la escalera- Hmm, ¿cómo me quito esto?- dije golpeteando mis dientes con una uña

-... No lo sé, pero no te preocupes, te permitirá comer- concluyó, bajando rápidamente y dejándome con otro "¡espere!" atrapado en la garganta

-Agh, mierda...

Se imaginarán los ánimos que tenía de comer considerando el estado en que tenía la boca, pero llevaba demasiado rato con hambre y la crema se veía muy buena. Comí sentada en el piso, ya que ni siquiera una silla había ahí arriba, sintiendo la sangre brotar con cada mordisco que le daba al trozo de pan, y mezclarse con la crema de tomate, dándole casi un sabor metálico. A pesar de lo incómodo (menos mal que no resultó tan doloroso como esperaba) la comida estaba rica y fue por eso mismo que la reacción de mi cuerpo después de terminarla me... tomó por sorpresa. El calor que sentía en la guata luego de la última cucharada de crema se volvió un frío que borboteaba hacia arriba por mi garganta y amenazaba con arrancarse por mi boca, haciéndome entrar en pánico porque detesto esa sensación.

En pocas palabras, vomité toda la escalera de caracol mientras bajaba corriendo, buscando el baño. Pero ¿quieren saber lo raro? era el vómito más rico del mundo, sabía a gomitas (mis... ex dulces favoritos) y era como gelatinoso y de color azul brillante.

-Yo... es... pero...- comencé a balbucear, muerta de vergüenza mientras algunos me miraban como si nada o me ignoraban de plano. En eso, Doña Eugenia se me acercó con una sonrisa, levantándose de la mesita en donde estaba sentada con Jerónimo, Alejandra y Tiana jugando cartas.

-¡Vaya, sí que te drogaron, niña!- dijo contenta con un frasco vacío en la mano y pasando un dedo por el vómito para terminar llevándoselo a la boca

- ... ¡EUGH! ¿¡QUÉ HACE!?- pregunté con la cara de asco más grande que cualquiera haya visto. No se dignó a responderme, para variar

-Hmm interesante sabor- comentó mientras probaba otro poco para empezar luego a meter todo lo que podía del vómito en el frasco vacío que traía; sentí que iba a vomitar de nuevo sólo por lo asquerosa que era- ¿Cuál es?

- ... Aaah ¿¡qué!?

-El sabor, no me es conocido- saboreó otro tanto mientras sacaba un pañuelo de su bolsillo y se acercaba a mi cara- Sabe sutilmente a dulce y está exquisito, pero no sé qué es... ¿a qué te sabe?

-... Ah... aaa gomitas- respondí sin querer mientras Doña Eugenia me limpiaba los restos de vómito de las comisuras de la boca con el trapito- Agh, ¡mierdaaaa!, puto anillo...

Detrás de esa PuertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora