Vistas desde el décimo piso, todas las personas se asemejaban a coloridas hormigas sobrealimentadas que iban vestidas con elegantes trajes de negocios, conjuntos deportivos, ropa casual o lindos uniformes escolares. Para Fiorella Portela, siempre resultaba entretenido cantar mientras analizaba, desde las alturas, a la gente que caminaba a toda prisa por las aceras. El gentío que cruzaba las amplias calles de la bulliciosa ciudad de New York era distinto cada mañana. Con frecuencia se preguntaba si alguno de esos presurosos transeúntes podía percibir que sus grandes ojos marrones lo estaban observando a la distancia...
—¿¡Pero qué mierda es esta!? —La jovencita interrumpió su acostumbrada práctica de canto matutina y dio un respingo—. O sea, hay un chorrito de mierda verdosa de paloma en mi taza de capuchino... ¡Re di-vi-no! ¡Vaya manera de comenzar mi día!
Aunque los animales en general le encantaban, la sobrepoblación de palomas que anidaban entre los intersticios del edificio en donde residía la tenía harta. Debía hacer algo al respecto tan pronto como fuera posible. Le resultaba muy molesto encontrar los muros, las ventanas, las plantas, el piso y los objetos ornamentales cubiertos por los desechos de aquellos animales todos los días. ¡Hasta se atrevían a arruinar su bebida favorita! Eso ya iba demasiado lejos.
—Esos pequeños demonios confunden mi balcón con un club privado para cagar. —Se acercó a la barandilla del mirador y asomó su cabeza al aire—. ¡Me voy a vengar de ustedes, ratas con alas! ¡Me las van a pagar todas juntas! —afirmó ella, a voz en cuello.
De repente, una loca idea se instaló en su mente. La chica abrió los ojos al máximo para luego sonreír con malicia. Acababa de visualizar lo útil que podría ser la presencia de un felino en su apartamento. Dio una rápida mirada a los alrededores y a su café. Aquello terminó por convencerla, ¡resultaba de carácter urgente conseguirse un minino!
—Estoy podrida de aventar cacachinos por el váter. Un gato podría ayudarme con esas maquinitas de mierda... ¡Está decidido!
Cuando terminara su turno del día como asistente administrativa en el bufete, pasaría por una tienda de mascotas para echarles un vistazo a los animalitos rescatados de las calles. Encontrar a alguno que fuese completamente negro sería su prioridad. La muchacha solo esperaba que no estuviese haciendo demasiado frío cuando saliera de la oficina en donde laboraba.
Se había mudado hacía poco más de un año a los Estados Unidos para estudiar en la NYU, pero aún se sentía como una perfecta extraña allí. Entre el empleo, las tareas, los exámenes y las constantes prácticas de actuación, canto y baile, Fiorella no tenía tiempo suficiente para ir a buscar ropa invernal más apropiada que sus desgastados suéteres. Las bajas temperaturas que experimentaba en su nuevo hogar incontables veces la hacían echar de menos su tierra natal. La intensidad de la nostalgia en ocasiones se tornaba casi inmanejable.
A veces se arrepentía de haber dejado a su familia tan lejos, allá en Salta, Argentina, el cálido sitio que la había visto nacer. Cada vez que la invadía la melancolía, intentaba concentrarse en su futuro como actriz de teatro musical. Quería dejar el odioso ambiente de la oficina para dedicarse de lleno a su carrera como artista. Se veía a sí misma sonriendo desde los hermosos escenarios de Broadway y liberaba un suspiro anhelante. Algún día llegaría hasta ahí, estaba segura de ello. No era momento de flaquear o lloriquear, sino de luchar para alcanzar uno de sus más grandes sueños.
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Fiorella a cappella [De claroscuros y polifonías #2]
General FictionFiorella canta a cappella cada mañana. Mauricio, su vecino, la escucha embelesado. El azar los une, los secretos podrían alejarlos. ¿Se atreverán a conocer la verdad? ...
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