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En las puntas de la estrella

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El cielo despejado de la mañana posterior al encuentro con Fiorella contrastaba con el ánimo encapotado de Mauricio

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El cielo despejado de la mañana posterior al encuentro con Fiorella contrastaba con el ánimo encapotado de Mauricio. A pesar de que había dormido suficientes horas, su cuerpo siempre se resentía cuando una pesadilla lo despertaba a mitad de la madrugada. El varón tenía varios músculos adoloridos, le pesaban los párpados, el ardor en los ojos lo obligaba a apartar la vista de la luz. Hacía un buen tiempo que no experimentaba tal sensación de agotamiento. Cuando los sueños angustiosos interrumpían su ciclo normal de descanso, el decaimiento al día siguiente era inevitable.

En ciertas ocasiones, el chico podía recordar las imágenes que aparecían entre sus delirios nocturnos, pero la mayoría de las veces no lograba evocar nada en absoluto. Sin embargo, la sensación opresiva que se instalaba en su pecho cuando se despabilaba de golpe permanecía con él por lapsos prolongados. No existían fechas fijas para las manifestaciones oníricas del dolor latente, estas solo irrumpían en su vida e intentaban ahogar los momentos felices. Para buena fortuna de él, su terapeuta lo había ayudado a desarrollar diversas estrategias de todo tipo para que esos tristes episodios ya no lo asfixiaran como antes.

El muchacho abandonó la cama a duras penas para comenzar con su programa diario de ejercicios. A veces le resultaba martirizante el solo hecho de moverse, pero él sabía cuán importante era mantener la disciplina y la regularidad en la actividad física. Aun si se levantaba casi a rastras, siempre se sentía mucho mejor cada vez que completaba los entrenamientos. Su cuerpo terminaba empapado en sudor, pero rebosante de endorfinas.

Después de tomar una refrescante ducha, se dispuso a preparar una taza de chocolate caliente. Aquel alimento había llegado a ser un elemento infaltable en su despensa, ya que formaba parte del equipo salvavidas que lo mantenía a flote en los momentos complicados. Los cambios sustanciales en su dieta, así como la ingesta regulada de algunos suplementos vitamínicos, sin duda contribuían a que su ánimo y su salud en general prosperaran.

Tras preparar la mezcla, el joven decidió degustarla mientras presenciaba el amanecer desde su balcón. El primer sorbo del caliente líquido semiamargo que descendía por su garganta lo hizo sentir reconfortado casi al instante. Una sonrisa melancólica se le dibujó en el apagado semblante al acordarse de que su vecina del piso diez también amaba el cacao. Desde ese momento en adelante, cada vez que ingiriera aquella rica bebida, tendría una razón adicional para disfrutarla. El chocolate se la recordaría a ella de muchas maneras.

La presencia de la jovial artista en su vida, con sus hermosos cantos matutinos a cappella, hacía que todos los días tuviesen un mejor comienzo. Se le erizaban los vellos de solo pensar en que pronto escucharía la linda voz femenina una vez más. Quizás aquellas sesiones diarias de práctica no tuvieran ningún significado particular para la chica, pero él las veía como un conmovedor regalo inmerecido. Más allá de lo sencillo o lo complejo de las letras elegidas, cada estrofa era transformada en todo un abanico de sentimientos cuando ella la interpretaba. Estar cerca de una persona cuya alma refulgía con tanta intensidad le daba aún más motivos para no dejarse atrapar por las garras de la ira.

Fiorella a cappella [De claroscuros y polifonías #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora