Su hermano le mostró el traje largo para que lo examinara.
—Mira qué belleza. Tócalo. Venga, acaricia la tela.
Dany lo tocó. El tejido era tan suave que parecía deslizarse como agua entre los dedos. Nunca
había llevado nada tan delicado. Se asustó y apartó la mano.
—¿De verdad es para mí?
—Un regalo del magíster Illyrio —asintió Viserys con una sonrisa. Aquella noche, su
hermano estaba de buen humor—. Este color te resaltará el violeta de los ojos. Y también dispondrás
de joyas de oro, muchas. Me lo ha prometido Illyrio. Esta velada debes parecer una princesa.
«Una princesa», pensó Dany. Ya se había olvidado de cómo era aquello. Quizá nunca lo había
sabido del todo.
—¿Por qué nos ayuda tanto? —preguntó—. ¿Qué quiere de nosotros?
Llevaban casi medio año viviendo en la casa del magíster, comiendo en su mesa y mimados
por sus criados. Dany tenía trece años, edad suficiente para saber que regalos como aquéllos rara vez
eran desinteresados allí, en la ciudad libre de Pentos.
—Illyrio no es ningún idiota —dijo Viserys. Era un joven flaco, con manos nerviosas y ojos
color lila claro, siempre febriles—. El magíster sabe que, cuando esté sentado en mi trono, no olvidaré
a mis amigos.
Dany no dijo nada. El magíster Illyrio comerciaba con especias, piedras preciosas,
huesodragón y otras mercancías menos delicadas. Según los rumores tenía amigos repartidos por las
Nueve Ciudades Libres, y aún más lejos, en Vaes Dothrak y en las legendarias tierras que se extendían
más allá del mar de Jade. También se decía que jamás había tenido un amigo al que no hubiera
vendido de buena gana por un precio razonable. Dany escuchaba los comentarios en las calles y oía
aquellas cosas, pero nunca se le ocurriría discutir con su hermano mientras éste tejía sus redes de
sueños. No quería bajo ningún concepto suscitar su ira, lo que Viserys llamaba «despertar al dragón».
—Illyrio va a enviar a las esclavas para que te bañen —dijo su hermano después de colgar el
traje largo junto a la puerta—. Quítate bien la peste a establo. Khal Drogo ya tiene mil caballos, esta
noche busca una montura distinta. —La examinó con gesto crítico—. Sigues igual de desgarbada.
Enderézate. —Le empujó los hombros hacia atrás con las
.
manos—. Que se enteren de que ya tienes formas de mujer. —Rozó ligeramente los pechos
incipientes y pellizcó un pezón—. No me falles esta noche. Si me fallas, lo pagarás caro. No querrás
despertar al dragón, ¿verdad? —Le dio un pellizco retorcido y doloroso a través del tejido basto de la
túnica—. ¿Verdad? —insistió.
—No —respondió Dany dócilmente.
—Muy bien. —Le dedicó una sonrisa y le tocó el pelo casi con afecto—. Cuando se escriba la