EDDARD

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—Lo he velado yo —dijo Ser Barristan Selmy mientras contemplaban el cadáver del carro—.

No tenía a nadie aquí. Me han dicho que su madre vive en el Valle.

A la luz pálida del amanecer, el joven caballero parecía dormido. En vida no fue atractivo,

pero la muerte le había suavizado los rasgos bastos y las hermanas silenciosas lo habían vestido con su

mejor túnica de terciopelo. El cuello alto ocultaba los destrozos que la lanza le había causado en la

garganta. Eddard Stark miró al muchacho, y se preguntó si había muerto por su culpa. Un abanderado

de los Lannister lo había matado antes de que Ned tuviera ocasión de hablar con él. ¿Pura casualidad?

Ya nunca lo sabría.

—Hugh fue escudero de Jon Arryn durante cuatro años —siguió Selmy—. En su memoria, el

rey lo nombró caballero antes de emprender el viaje hacia el norte. El chico lo deseaba con todo su

corazón. No estaba preparado.

—Nadie lo está. —Ned había dormido poco y mal, y se sentía tan cansado como si tuviera mil

años.

—¿Para que lo nombren caballero?

—Para que lo maten. —Ned lo cubrió con la capa, una tela azul manchada de sangre,

bordeada de lunas. Cuando la madre preguntara por qué había muerto su hijo, le dirían que había

luchado para honrar a la Mano del Rey, Eddard Stark, reflexionó con amargura—. Esto era

innecesario. La guerra no es ningún juego. —Se volvió hacia la mujer que estaba junto al carro. Vestía

de gris, y tenía el rostro oculto, sólo se le veían los ojos. Las hermanas silenciosas preparaban a los

hombres para la tumba, y mirar el rostro de la muerte era un mal presagio—. Enviad su armadura al

Valle. A la madre le gustará conservarla.

—Vale al menos una pieza de plata —señaló Ser Barristan—. El chico se la hizo forjar

especialmente para el torneo. Un trabajo sencillo, pero de calidad. No sé si habrá terminado de pagar

al herrero.

—La pagó ayer, mi señor, y a un precio muy alto —replicó Ned. Se volvió de nuevo hacia la

hermana silenciosa—. Enviadle la armadura a su madre. Yo trataré con el herrero.

La mujer hizo un gesto de asentimiento.

Más tarde, Ser Barristan acompañó a Ned a la tienda del rey. El campamento empezaba a

despertar. Las salchichas chisporroteaban sobre

las hogueras e impregnaban el ambiente de su olor a ajo y a pimienta. Los jóvenes escuderos

corrían de un lado a otro cumpliendo los encargos de sus señores, mientras bostezaban y se

desperezaban. Un criado que llevaba un ganso bajo el brazo clavó la rodilla en el suelo al verlos.

—Mis señores —murmuró mientras el ganso graznaba y le lanzaba picotazos a los dedos.

Los escudos situados ante cada tienda identificaban a sus ocupantes: el águila plateada de

Varamar, el campo de ruiseñores de Bryce Carón, el racimo de uvas de los Redwyne, el jabalí pinto, el

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