—La causa de todos los problemas es el torneo de la Mano, señores —se quejó el
comandante de la Guardia de la Ciudad ante el Consejo del rey.
—El torneo del rey —lo corrigió Ned con una mueca—. Te garantizo que la Mano no
quiere saber nada del tema.
—Podéis llamarlo como queráis, mi señor. Llegan caballeros de todas partes del reino, y
por cada caballero llegan también dos mercenarios, tres artesanos, seis soldados, una docena de
comerciantes y dos de prostitutas, y más ladrones de los que quiero imaginar. Este condenado
calor tiene a los ciudadanos al borde de un ataque, y ahora, con tantos visitantes... Anoche
tuvimos un ahogado, una reyerta de taberna, tres peleas con navajas, una violación, dos incendios,
ni se sabe cuántos robos, y una carrera de caballos de borrachos por la calle de las Hermanas. La
noche anterior encontramos la cabeza de una mujer en el Gran Sept, en el estanque del arco iris.
Por lo visto nadie sabe de quién era, ni cómo llegó allí.
—Qué espanto —comentó Varys con un escalofrío.
—Si no puedes mantener la paz del rey, quizá otro deba dirigir la Guardia de la Ciudad,
Janos. —Lord Renly Baratheon era menos compasivo—. Otro que sí pueda.
—Ni el propio Aegon el Dragón podría mantener la paz, Lord Renly. —Janos, un hombre
grueso y con papada, se hinchó como un sapo furioso, con el rostro enrojecido—. Lo que necesito
son más hombres.
—¿Cuántos? —preguntó Ned inclinándose hacia adelante. Como de costumbre, Robert no
se había molestado en asistir a la sesión del Consejo, así que la Mano tenía la obligación de hablar
en su nombre.
—Tantos como sea posible, Lord Mano.
—Contrata a cincuenta hombres —le dijo Ned—. Lord Baelish se encargará de que
recibas fondos.
—Ah, ¿sí? —dijo Meñique.
—Desde luego. Conseguiste cuarenta mil dragones de oro para el torneo, no me cabe duda
de que encontrarás algo de calderilla para mantener la paz del rey. —Ned se volvió hacia Janos
Slynt—. También te cederé a veinte espadas de mi casa para que sirvan con la Guardia hasta que
acaben los festejos.
—Os lo agradezco, Lord Mano —dijo Slynt con una reverencia—. Os prometo que
aprovecharemos al máximo vuestro esfuerzo.
Cuando el comandante salió de la estancia, Eddard se volvió hacia el resto del Consejo.
—Cuanto antes acabe esta locura, mejor —dijo. Por si no fuera suficiente con los gastos y
las molestias, todos se empeñaban en echar sal en la herida de Ned denominándolo «el torneo de
la Mano», como si él fuera la causa. ¡Y Robert creía sinceramente que debería sentirse honrado!
—Estos acontecimientos hacen prosperar al reino, mi señor —dijo el Gran Maestre