—Deberíais habernos anunciado vuestra llegada, mi señora —dijo Ser Donnel Waynwood
mientras los caballos ascendían por el paso—. Os habríamos enviado una escolta. El camino alto
ya no es tan seguro como en otros tiempos, y menos para un grupo tan pequeño como el vuestro.
—Lo hemos descubierto a un alto precio, Ser Donnel —respondió Catelyn. A veces tenía
la sensación de que su corazón se había trocado en piedra. Para ayudarla a llegar hasta allí habían
muerto seis hombres, seis valientes, y no había tenido lágrimas para llorarlos. Hasta empezaba a
olvidar sus nombres—. Los clanes nos han acosado día y noche. Perdimos tres hombres en el
primer ataque, dos más en el segundo, y el criado de Lannister murió de fiebres cuando se le
infectaron las heridas. Al oír llegar a vuestros hombres nos dimos por muertos.
Se habían preparado para una última pelea desesperada, con las espaldas contra las rocas y
las armas en las manos. El enano estaba afilando el hacha y hacía algún comentario jocoso cuando
Bronn divisó el estandarte de los jinetes, la luna y el halcón de la Casa Arryn, azul celeste y
blanco. Catelyn no había visto nada tan hermoso en su vida.
—Desde que murió Lord Jon, los clanes son cada vez más osados —dijo Ser Donnel. Era
un joven de veinte años rechoncho, poco agraciado, vehemente, con nariz ancha y una mata
espesa de pelo castaño—. Si de mí dependiera, iría a las montañas con cien hombres, los sacaría
de sus escondrijos y les daría una buena lección, pero vuestra hermana lo ha prohibido. Ni
siquiera permite que sus caballeros participen en el torneo de la Mano. Quiere que todos sus
hombres estén cerca, para defender el Valle... aunque nadie sabe de qué hay que defenderlo. Hay
quien piensa que de las sombras. —La miró con ansiedad, como si acabara de recordar quién era
su interlocutora—. Espero no haber hablado demasiado, mi señora. No era mi intención
ofenderos.
—La sinceridad no puede ofenderme, Ser Donnel. —Catelyn sabía de qué tenía miedo su
hermana. De las sombras no, de los Lannister, pensó al tiempo que lanzaba una mirada hacia el
enano que cabalgaba junto a Bronn. Aquellos dos se habían unido mucho desde la muerte de
Chiggen. El hombrecillo era demasiado astuto para su g
literatura fantástica Juego de tronos
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—El rostro de la dama me resultaba familiar —dijo el Caballero de la Puerta alzándose el
visor—. Estás muy lejos del hogar, pequeña Cat.
—Tú también, tío —respondió ella con una sonrisa, pese a todos los sufrimientos de los
días anteriores. Aquella voz ronca y gentil la hacía retroceder veinte años, a los días de su
infancia. Mi hogar está a mi espalda —refunfuñó él.
—Tu hogar está en mi corazón —le dijo Catelyn—. Quítate el yelmo. Quiero verte la cara otra
vez.