EDDARD

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—Te lo suplico, Robert —rogó Ned—, piensa bien qué dices. ¡Hablas de asesinar a una

niña!

—¡Esa puta está preñada! —El rey descargó un puñetazo que resonó como un trueno

sobre la mesa del Consejo—. Te lo avisé, Ned, te dije qué iba a pasar. Te lo dije durante el viaje,

pero no me hiciste caso. Pues ahí lo tienes. Los quiero ver muertos, a la madre y al bebé, y al

imbécil de Viserys también. ¿Te ha quedado claro? ¡Los quiero ver muertos!

El resto de los consejeros hacían lo posible por fingir que no se encontraban allí. Sin duda

eran más inteligentes que él. Pocas veces Eddard Stark se había sentido tan solo.

—Si lo haces, te deshonrarás para siempre.

—Pues que caiga la deshonra sobre mi cabeza, mientras mueran. No estoy tan ciego como

para no ver la sombra de un hacha cuando la tengo sobre el cuello.

—No hay hacha alguna —dijo Ned a su rey—. Si acaso, es la sombra de una sombra de

hace veinte años.

—¿Si acaso? —preguntó Varys con voz suave, al tiempo que se frotaba las manos

empolvadas—. Me tomáis por lo que no soy, mi señor. ¿Acaso presentaría yo una mentira al rey y

al Consejo?

—Lo que nos presentáis, mi señor —dijo Ned dirigiendo una mirada gélida al eunuco—,

son los chismorrees de un traidor que se encuentra a medio mundo de distancia. Puede que

Mormont se equivoque. Puede que mienta.

—Ser Jorah no osaría engañarme —dijo Varys con una sonrisa astuta—. Podéis darlo por

seguro, mi señor. La princesa está preñada.

—Eso decís vos. Si os equivocáis, no hay nada que temer. Si la niña aborta, no hay nada

que temer. Si da a luz una chiquilla en un lugar de un hijo, no hay nada que temer. Si el bebé

muere en las primeras semanas, no hay nada que temer.

—Pero, ¿y si es un varón? —insistió Robert—. ¿Y si vive?

—Aun así, el mar Angosto se seguiría interponiendo entre nosotros. Empezaré a temer a

los dothrakis el día en que enseñen a sus caballos a cabalgar sobre las aguas.

El rey bebió un trago de vino, y miró airado a Ned desde el otro lado de la mesa del

Consejo.

—Así que me recomiendas que no haga nada hasta que el engendro del dragón

desembarque con su ejército en mis playas, ¿no?

—El «engendro del dragón» está en el vientre de su madre —dijo Ned—. Ni siquiera

Aegon inició sus conquistas hasta después de que lo destetaran.

—¡Dioses! Eres testarudo como un uro, Stark. —El rey miró al resto de los consejeros—.

Y a los demás, ¿qué os pasa, os habéis quedado mudos? ¿Es que nadie le va a meter un poco de

sentido común en la cabeza a este idiota de barba helada?

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