Capítulo 2.

5.6K 358 43
                                    

Debo decir adiós, lo sé.

Si tuvieran que darle a elegir una palabra, esa sería, sin duda alguna, silencio. No porque lo deseara, sino porque desde hacía ya varios días era lo único que parecía hacerle de verdad compañía.

Llevaban caminando ya cuatro días en dirección a la costa, Natsu apenas había abierto la boca y Dimaria comenzaba a desesperarse. Le gustaba la tranquilidad, y no era raro en ella desaparecer un par de días para estar sola en algún lugar apartado, sin que nadie la molestara, pero esto... Esto era completamente distinto.

Sinceramente, no sabía qué era peor, si su muda indiferencia o saber que viajaba acompañada del ser más poderoso actualmente conocido. Lo hacían con cautela, procurando no cruzarse con ninguna otra persona que pudiera reconocerlos, dando prioridad a la noche antes que al día para avanzar hacia su destino.

Ambos habían conseguido ropas anchas y capas que ocultaran su identidad. Natsu, por otra parte, viendo que sus brazos se habían vuelto negros de forma permanente, se los había vendado para ocultar su nuevo color. En el momento en el que se puso también unos guantes sintió la mirada soprendida de Dimaria, pero ninguno mencionó nada sobre el tema. Estaba claro que a ella le incomodaba su apariencia, por mucho que se mantuviera en silencio, y Natsu sabía que, por desgracia, no podía hacer nada para regresar a un aspecto más normal.

Con el paso de los días su cabeza se había ido aclarando, y a excepción de algún que otro episodio de jaqueca sorpresivo y aleatorio, la oleada de recuerdos terminó por asentarse. Se acordaba de todo, de absolutamente todo y, sin que fuera consciente de ello, su gesto cada día fue adoptando un aire más serio y apagado que el anterior. No sonreía, no bromeaba, y parecía estar sumido en sus pensamientos la mayor parte del tiempo.

—Ten —dijo Dimaria, tendiéndole uno de los pescados que tenían por cena aquella noche.

Natsu apartó la mirada del fuego y se encontró con sus ojos marrones. Aceptó la comida en silencio y ella, turbada y nerviosa por sus ojos rojos y apagados, se sentó a una distancia prudencial sin añadir nada más.

Le observó comer de reojo y contempló cómo se quitaba los guantes, los dejaba a un lado y procedía a desmenuzar la carne del pescado con los dedos, llevándose cada nuevo bocado a la boca con gesto distraído. Era noche cerrada, y la única luz que iluminaba sus rostros procedía de la fogata que habían encendido. Se veía tan poco que, si no sabías nada, creerías que Natsu era alguien normal, que sus manos eran igual a las de cualquier otra persona y que simplemente se encontraba cansado por la jornada mientras comía con educación.

Sin embargo, Dimaria sabía la verdad. Y, por ello, cada día le costaba más quitarle el ojo de encima. Se obligaba a hacerse a la idea de que, si después de tantos días, no había hecho nada, no tenía por qué atacarla ahora. Al fin y al cabo, él mismo había accedido a irse con ella. Pero entonces, ¿por qué su actitud? No lograba comprenderlo, ni siquiera por sus gestos, pues estos se habían convertido en una máscara sin emoción permanente. ¿De verdad ese chico que había visto gritar a lo lejos mientras lanzaba soldados por los aires era el mismo hombre que estaba sentado a su lado? Costaba creerlo, y cada día que pasaba el recuerdo se hacía tan difuso que a veces se preguntaba si no había sido solo producto de su imaginación.

—¿En qué piensas? —se atrevió a preguntar al fin, cansada ya de ese silencio pesado y de su propia cobardía. Era una de los doce escudos, ella valía mucho más que eso.

¿Quién soy?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora