Capítulo 22.

2.5K 190 61
                                    

Hay amistades que sí que son para siempre.

Caminaron en silencio hasta la parte trasera del gremio, ahí donde no habría oídos indiscretos. Gray iba por delante y Natsu, a su espalda, no pudo evitar suspirar ante el incómodo silencio que los rodeaba. Estaba más claro que el agua que el mago de hielo no había encajado para nada bien su regreso.

Se detuvieron finalmente bajo la sombra de un ciprés y, por fin, Gray se dio la vuelta para encararlo. Natsu no desvió la mirada, con expresión seria y las manos en los bolsillos. Le temblaban, pero no podía huir de aquel encuentro. Soportó, por tanto, el escrutinio al que le estaba sometiendo su antiguo mejor amigo sin pronunciar palabra, sabía que no estaba en derecho de decir nada.

El silencio prolongado comenzó a enfriar el ambiente, como si Gray estuviera dejando fluir su magia sin darse cuenta, algo que no era del todo descartable. Natsu supo, con tan solo un vistazo, que no estaba de buen humor; no se había quitado ni una sola prenda desde que salieron del gremio.

—¿Nos echaste de menos? —preguntó al fin Gray, sorprendiéndolo. Por un momento, no supo de qué le estaba hablando.

—¿Qué?

—Durante todos estos años, ¿nos echaste de menos?

Natsu no contestó al instante; se le había formado un nudo en el estómago que le impedía hablar. ¿Cómo explicarle en pocas palabras que lo único que había querido durante todo ese tiempo había sido volver a verlos? ¿Que cada noche soñaba con ellos y se despertaba lleno de sudor, angustiado por que estuvieran en peligro, que les hubiera pasado algo estando él lejos o que, incluso, jamás le dejarían acercarse de nuevo al gremio? ¿Cómo podía confesar que con cada año nuevo no podía sacarlos de su cabeza y que, cuando nació Igneel, lo único que deseaba era que ellos estuvieran también ahí?

Como pudo, tomó aire y suspiró, temblando. Se vio obligado a cerrar los ojos por un momento para reordenar tanto ideas como sentimientos. Cuando volvió a abrirlos, Gray se vio sorprendido por una mirada verde y profunda que había pensado que jamás volvería a ver.

—Todos y cada uno de los días —confesó, con la voz insegura—. Desde el mismo momento en el que me fui y supe que no podía volver os eché de menos. Pero... Cuando comencé a recordar, me asusté. Me sentía un monstruo, el demonio que decían los rumores. Pensé... Pensé que no tenía derecho a nada y tardé demasiado en cambiar ese concepto de mí. Y cuando lo hice, ya era demasiado tarde para volver, me convertí en padre y... bueno, el tiempo fue pasando.

Gray asintió e imitó su gesto de meter las manos en los bolsillos. Su respuesta no fue instantánea, sino que se volvió para contemplar el edificio del gremio. Por su mente pasaron de forma fugaz esos doce años en los que para ellos, Natsu estuvo muerto, donde lo lloraron día tras día y donde el recuerdo de su fantasma empañaba las celebraciones y los momentos alegres. Habían sido doce años muy largos.

—Te dimos por muerto —dijo sin mirarlo.

—Lo sé.

—Cuando Lucy y yo te vimos desaparecer con Zeref... —Se le tensó la mandíbula y tuvo que cerrar los ojos ante el dolor del recuerdo—. Pensé que me volvería loco. Te buscamos durante meses, todos lo hicieron. Ni siquiera nos importó que no hubiese rastro alguno de los Spriggan que conseguimos derrotar; lo único que queríamos era encontrarte.

A Natsu el nudo del estómago se le retorció tanto que le dejó sin aire. No había forma alguna de contestar a eso así que se limitó a cerrar los puños con fuerza y mirar sus propias botas. Presentía que Gray no había acabado, y estaba en lo cierto:

—Algo me decía que no estabas muerto. —Una pequeña y amarga sonrisa le cruzó el rostro—. Tenía la esperanza de que... —Le falló la voz y Natsu captó el olor salado de las lágrimas. Apenado, quiso dar el paso y agarrarle el hombro, pero no pudo, no se atrevió, y su mano enguantada cayó lánguida a su costado—. Pero como tú dices, el tiempo siguió pasando y comencé a perder la esperanza.

¿Quién soy?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora