Capítulo 23.

2.6K 186 62
                                    

Zeref, este es tu verdadero legado.

Regresaron al gremio en un silencio calmado y cómodo. Igneel, sentado en los hombros de Natsu, parloteaba contento sobre lo increíble que había sido la pelea, y bombardeaba a Gray con un centenar de preguntas, curioso y hambriento por saber más cosas del gremio al que había pertenecido su padre. Y, sobretodo, por conocer más sobre el hombre que había conseguido enfrentarlo de tal modo.

—Te pareces a Invel-san —dijo de pronto, cuando les faltaban pocos metros para reencontrarse con los demás.

La carcajada de Natsu fue inmediata y Gray, a su lado y sin camisa, compuso una mueca de asco bastante exagerada.

—Por favor, no vuelvas a decir eso. No me parezco en nada a ese cuatro ojos.

—Eso no es verdad —negó el niño desde las alturas. Tenía una expresión pensativa y bastante seria—. Empleas magia de hielo, al igual que él. Y te llevas bien con papá, algo que también lo hace él.

—Natsu se hace amigo de todo el mundo —gruñó el aludido, causando que Natsu volviera a reír entre dientes—. Eso no cuenta.

—A excepción de mamá, Invel-san es el único que se atreve a reprenderle. O lo era.

Gray, incapaz de contestar a eso, masculló una protesta incomprensible entre dientes y desvió la mirada con los brazos cruzados. Ser comparado con el General de Invierno no le hacía ni pizca de gracia. Natsu, por su parte, reprimió un escalofrío al recordar los momentos, pocos a decir verdad, cuando su mano derecha se enfadaba. Cuando quería, Invel conjuraba condenadamente rápido.

Llegaron entonces a la parte trasera del edificio, donde prácticamente todos los miembros del gremio los aguardaban, cada uno con expresiones distintas. Unos lo miraban conmocionados, otros sorprendidos y aturdidos. Lucy, Wendy y Mira los contemplaban con resignación y una pequeña sonrisa. Lisanna y Kana parecían estar pensando lo mismo que las anteriores y negaban con la cabeza, derrotadas, como si los dieran por casos perdidos.

Laxus los medio ignoraba y Gajeel se reía entre dientes, en parte divertido por la última parte de la conversación que había logrado escuchar, en parte entretenido por los murmullos resignados de la que ahora era su mujer. Erza mostraba claros signos de debate interno entre ir y regañarlos como antaño o tragarse un suspiro cansado y dejarlo estar. Jellal, a su lado, la observaba con cautela, dispuesto a detenerla ante el más mínimo signo de imprudencia de su parte. La pelirroja era demasiado impulsiva con lo que le importaba.

Y, frente a todos, siendo el verdadero foco de atención de Natsu, Dimaria ponía los ojos en blanco mientras sonreía divertida y cruzada de brazos. Para él, personalmente, en esos momentos no había nadie más importante. A sus ojos, la ropa que vestía, las porciones escondidas de una armadura dorada pero discreta que adornaba sus hombros y brazos, los mechones desordenados de su cabello que caían sobre su frente... Incluso la espada que siempre llevaba a la cintura. Todo parecía relucir, llenando de vida su mundo, de alegría, de ternura oculta bajo palabras maliciosas y retadoras.

La confianza que siempre le otorgaba lo dejaba sin aliento cada vez. Lo hacía sentir minúsculo, un niño enclenque e ingenuo que no sabe nada del mundo. Y, de nuevo, de no ser porque una vez más había parado el tiempo para él, se habría quedado sin rumbo, abrumado por todo. Le debía demasiado y, cuando se detuvo frente a ella, una sonrisa le curvaba los labios.

—¿Estoy metido en líos? —fue lo único que dijo, a modo de saludo.

Juvia, quien estaba a pocos pasos de ella, ignoró al pelirrosa y salió corriendo al encuentro de Gray seguida de una adolescente y un niño de la edad de Igneel. Se le abrazó a su cuello con fuerza y por poco lo tira al suelo.

¿Quién soy?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora