Capítulo 8.

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Y, de algún modo, todavía soy capaz de ser sorprendido.

Dentro de la sala de armas, un estafermo de cuero giraba din parar bajo los golpes y cortes que recibía. Frente a él, Dimaria balanceaba una espada de práctica con gesto concentrado, realizando complicados giros y juegos de pies. El sudor le recorría la sien y le empapaba los cabellos que le caían sobre el rostro.

Con un último golpe en el centro del pecho del muñeco, detuvo su práctica y suspiró, agitada y sin aliento.

—¿Me puedes volver a explicar por qué estamos aquí? —preguntó Brandish, sentada en el alféizar de la ventana y pintándose las uñas de los pies.

—¿Es que todavía no te ha quedado claro? —rió su amiga, alcanzando una toalla y pasándosela por el rostro y el cuello.

—No demasiado —replicó ella sin alzar la vista de lo que estaba haciendo—. La guerra ya ha terminado, y practicar es una molestia.

Dimaria negó, sabiendo que era inútil discutir con ella. Cogió la ropa que había llevado consigo y se encaminó hacia el baño que estratégicamente se había construido en la propia sala de armas.

—Y tú te confías demasiado —la regañó, dejando la puerta abierta para poder seguir hablando. Comenzó a desnudarse, dejando caer toda la ropa sudada que llevaba encima, al suelo—. ¿Olvidas que te encerraron durante la batalla?

Brandish hizo una mueca.

—No. Pero tampoco olvido que me dejé atrapar. Tenía que hablar con esa rubia.

Si Dimaria contestó a eso, su respuesta se perdió con el ruido del agua al caer. Cuando salió, diez minutos después, regresó junto a su amiga secándose el pelo con una toalla y oliendo a jabón.

—De todas formas, prefiero estar preparada para cualquier cosa. —Brandish, como respuesta, se encogió de hombros y Dimaria sonrió, sabiendo cómo era su carácter—. ¿Vamos a comer? Estoy famélica.

Solo recibió un suspiro como respuesta, pero aún así se puso en pie y ambas salieron al pasillo. Un par de guardias y secretarios las saludaron al pasar y, aunque Brandish no esbozó gesto alguno, Dimaria contestaba con algún gesto escueto o cruce de miradas. No esperaban, sin embargo, encontrarse al emperador cerca de la salida del palacio.

—Oh, hola —saludó, claramente sorprendido. Se encontraba solo, cosa bastante rara, pues se le solía ver acompañado en casi todo momento de Invel.

—Na... Majestad —murmuró Dimaria, corrigiéndose al ver a los dos guardias que custodiaban la enorme puerta a pocos metros de distancia.

Ante esto Natsu compuso una mueca de reproche y molestia, pero se abstuvo de hacer comentario alguno. Brandish solo le dedicó una mirada inexpresiva.

—¿Ibais a alguna parte? —se interesó.

—Pensábamos ir a la ciudad a comer algo —explicó Dimaria.

Al instante, Natsu sonrió.

—Eso es perfecto. —Al ver su confusión, fue su turno de explicarse—: Necesito salir de aquí aunque sea un par de horas. Y si cruzo esas puertas —señaló las que tenía justo detrás— acompañado, me será mucho más sencillo sobrevivir a Invel cuando regrese. He conseguido librarme de él por un momento; llevo toda la mañana firmando cosas de las que ni recuerdo su contenido. —Su queja cobró más fuerza cuando se frotó la muñeca derecha con gesto de dolor—. Así que... ¿Me permitís que os acompañe parte del trayecto?

Dimaria cruzó una mirada breve con Brandish. No podían negarse. Su amiga, sin embargo, no parecía tener su mismo concepto de la situación:

—Ve tú, Mari. En realidad no tengo hambre.

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