Capítulo 14.

3.2K 241 171
                                    

Y aquí estoy otra vez, Fiore.

Amanecía, y el puerto despertaba al son de las gaviotas y el romper de las olas. En el embarcadero, Natsu contemplaba absorto el horizonte teñido de naranja con la brisa del mar revolviéndole el pelo. La respuesta escrita ya había sido mandada y ahora, dos días después, el barco que lo llevaría de vuelta al continente que había abandonado hacía tantos años realizaba los últimos preparativos para poder partir.

Había intentado mentalizarse, pero había sido en vano. No lograba hacerse a la idea de que volvería a ver a sus antiguos compañeros y amigos. Seguramente todos habían seguido con sus vidas, al igual que él. Sin embargo, en su caso, se fue sin decir nada, sin dar explicaciones... ¿Lo echarían tanto de menos como lo hacía él?

Suspiró y contempló el escudo que adornaba la vela mayor del barco. Habían cambiado tantas cosas... No sabía cómo iba a mirarlos a la cara, no siendo el emperador de Alvarez, el mismo Imperio que intentó acabar con ellos doce años atrás. La vida, a veces, podía ser muy cruel. Y él lo sabía mejor que nadie. Solo esperaba que le dejaran explicarse...

—¡Papá!

La voz alegre de Igneel lo sacó de sus pensamientos. Extrañado, se dio la vuelta y lo vio correr hacia él con una sonrisa. Sin poder evitarlo, imitó su gesto y lo cogió el brazos cuando saltó hacia él. Ambos rieron y Natsu le plantó un beso en la mejilla.

—¿Qué haces despierto tan temprano? ¿Y con quién has venido? —interrogó, alzando una ceja y esperando que no se hubiese escapado por su cuenta una vez más. No sabía cómo lo hacía, pero siempre conseguía burlar a los guardias.

Igneel señaló sobre su hombro, alegre. Entre las últimas casas que daban paso al puerto, se pudo ver la figura de Larcade apoyado en una pared.

—Iba a venir solo —explicó, y Natsu suspiró resignado—, pero me encontré con tío Larcade en la entrada y me acompañó hasta aquí. Quería verte antes de que te fueras. ¿No estás enfadado, verdad?

Natsu se permitió unos segundos antes de contestar para contemplar al rubio. Larcade le sostuvo la mirada desde la distancia con su habitual expresión serena. De pronto, esbozó una sonrisa engreída antes de darse la vuelta y regresar por donde había venido. Ahora que el niño ya estaba con su padre, ya no tenía nada que hacer allí.

El pelirrosa, en cambio, volvió a suspirar. Su relación con Larcade apenas había mejorado en todos aquellos años. Le aceptaba a regañadientes, y no perdía oportunidad alguna para discrepar con él y ponerle de los nervios. Sin embargo, y para sorpresa de todos, el pequeño torbellino que tenía en brazos había coseguido abrirse paso entre sus defensas. Hacía lo que le pedía y cuando se lo pedía, y lo cuidaba con una atención que Natsu jamás habría creído posible en alguien como él. Lo único bueno de todo aquel extraño asunto, era que, con Larcade, Igneel no corría peligro alguno.

—No, no estoy enfadado —respondió al final cuando el Spriggan dejó de ser visible—. Pero no voy a irme todavía, y no iba a hacerlo sin despedirme de ti antes —le aseguró, mirándolo a esos ojos verdes que había heredado de él, aunque pocas veces ya adquirían ese color. Sin embargo, en esos momentos, padre e hijo compartían miradas idénticas. Amaba a su hijo con toda su alma.

—¿De verdad que no puedo ir con vosotros? —preguntó Igneel con un puchero, intentando convencer a su padre por enésima vez.

Natsu lo dejó en el suelo y se agachó para quedar a su altura.

—Sabes que no —contestó, revolviéndole el pelo—. Primero mamá y yo tenemos que asegurarnos de que a donde vamos es seguro para ti. Hasta entonces, te quedarás con Larcade y los demás, ¿vale?

¿Quién soy?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora