Capítulo 9.

3.3K 239 90
                                    

¿Es que acaso todo podría haberse evitado?

Tal y como había predicho, en cuanto regresó al palacio Invel se dedicó única y exclusivamente a no dejarlo respirar. Cuentas que revisar, acuerdos que firmar y peticiones que antender... Todo papel, asunto o recado que acababa en manos de su cónsul quedaba al segundo siguiente en las de Natsu. Sin embargo, no se atrevió a protestar, pues la mirada del Spriggan prometía dolor si llegaba a pronunciar sonido alguno.

No le quedó más remedio, por tanto, que suspirar resignado por los dos días siguientes y empeñarse en recuperar el tiempo perdido.

Y así se encontraba en esos momentos: con un documento sobre el presupuesto real en las manos y con la mirada concentrada en lo que estaba leyendo. El despacho se encontraba en silencio y por la ventana abierta se escuchaban los murmullos lejanos de la capital que traía el viento consigo.

Había subido los pies cruzados en el escritorio en busca de una postura algo más cómoda y la nariz la tenía hundida en la tela de su inseparable bufanda. Para quien conociera al antiguo Natsu, verlo tan concentrado lo habría dejado sin palabras. Sobretodo, por la pequeña espiral de fuego que subía y baja por su brazo de forma distraída, enredándose entre los dedos de su mano libre como una pequeña serpiente antes de rodear su muñeca y descender hasta su codo solo para volver a empezar.

Invel, quien ordenaba los libros de los estantes en silencio, lo observaba de reojo de vez en cuando, vigilando atento cualquier signo de que pudiera prenderle fuego a algo. Sin embargo, llevaban así más de dos horas y la facilidad con la que él controlaba las llamas se hacía cada vez más evidente.

Según sus propias palabras, se trataba de un experimento que, de funcionar, lo usaría a modo de entrenamiento mientras realizaba sus otras tareas. Antes era capaz de irse por semanas buscando únicamente fortalecerse ahora, no obstante, estaba atado al palacio y a sus nuevas obligaciones y no podía desaparecer así como así. Por tanto, ¿por qué no intentar hacer las dos cosas al mismo tiempo?

Si algo tenía que mejorar, ese era el control que tenía sobre sus llamas. Siempre acababa destrozando algo y, en cierto modo, esa fama destructiva era parte de la espina de miedo que tenía sobre sí mismo. Pero, si lograba controlarlas al punto de reducirlas a un único cordón de fuego, o cualquier otra forma que se le ocurriera, los riesgos se reducirían.

Dispuesto a comprobar si la teoría podía llegar a la práctica, decidió comenzar por la magia de Igneel, esa con la que más familiarizado estaba.

Al principio fue más complicado de lo que pensaba; su subconsciente prendía todo su puño como mínimo. Poco a poco, sin embargo, concentrándose en moldearlas a su gusto, las llamas comenzaron a obedecerlo, llevándolo al punto de que, dos horas después del primer intento, podía permitirse dividir su concentración entre controlar su magia y seguir con el papeleo de aquel día.

Unos golpes en la puerta los sorprendieron a ambos, ausentes como estaban del mundo real.

Natsu suprimió su magia al momento y bajó los pies de la mesa.

—Adelante.

Grande fue su sorpresa cuando vieron a August ingresar en la habitación. Lo hizo con su habitual calma, apoyándose en su bastón al caminar. Saludó a Invel con una breve inclinación de cabeza y a Natsu le dedicó una pequeña reverencia.

—Majestad —saludó.

—August. —La sorpresa en su voz fue imposible de ocultar—. ¿Ocurre algo?

—Nada de lo que deba preocuparse, majestad —lo tranquilizó, irguiéndose y mirando al emperador a los ojos—. Sin embargo, sí que desearía que pudiéramos hablar un momento.

¿Quién soy?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora