El comienzo.

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Recuerdo bien la primera vez que lo vi.

Era el primer día de mi último año de la primaria, tenía once años. Al entrar a la escuela una maestra me indicó a qué salón debía ir dependiendo del grupo al que había sido asignada; me dirigí hacia allá, subí las escaleras y vi el papel que indicaba cuál era mi grupo pegado en la ventana a un lado de la puerta, entré y no pude ver mucho del salón o de las personas que ahí se encontraban, el pequeño gritó que soltaron mis amigas logró llamar toda mi atención un par de segundos antes de sentirlas abalanzarse sobre mí, me abrazaron y yo las abracé de vuelta con una enorme sonrisa en el rostro, las había extrañado muchísimo.

Entonces lo vi.

Mientras yo abrazaba a una de mis mejores amigas, levanté la vista y lo vi sentado a un lado del otro niño nuevo en la escuela.

Él me miraba también.

¿Cómo no hacerlo después del escándalo que hicieron mis amigas? Habían logrado voltear todas las miradas de las personas en ese salón hacia nosotras.
Despegué la mirada de él para voltear a ver a mis amigas, caminamos al lugar que habían guardado para mí mientras hablábamos de lo que habíamos hecho en nuestras vacaciones de verano.
No pude evitar mirarlo una vez más y con curiosidad pregunté a mis amigas si alguien ya había intentado hablar con alguno de los niños nuevos, quería saber al menos su nombre, pero ellas dijeron que no y mi timidez de ese entonces no me permitió acercarme a ellos y ser la primera en hacerlo.

Entonces nuestra profesora llegó, se presentó y nos dijo que materia estaría dándonos, después, como de costumbre, hizo que nos levantáramos uno por uno y nos presentáramos. Era algo que no nos gustaba hacer, llevábamos seis años en el mismo grupo, con las mismas personas; este año solo habían entrado exactamente dos personas y aún así debíamos hacerlo.
Cuando llegó el turno de los dos niños nuevos todos prestamos más atención, el primero se levantó y dijo su nombre con una sonrisa traviesa, se veía que era un niño muy agradable y divertido, también de esos que de vez en cuando harían alguna que otra travesura, metiéndose en problemas en alguna de esas.
Luego se levantó el segundo, el niño que había llamado mi atención. Él no parecía amigable como el primer chico, su rostro tenía una expresión que parecía ser de molestia, no se veía feliz; era difícil de leer, para tener once años se mostraba incluso algo intimidante, pero eso no evitó que apartara mis ojos de él.
- ¿Cuál es tu nombre? - preguntó mi maestra en un tono dulce, intentando hacerlo sentir bienvenido.
- Stephen - respondió él con esa voz de niño que todos tenían aún, con esa voz que jamás olvidaría.
- Bienvenido Stephen, espero que tus compañeros te hagan sentir como en casa.
Volvió a sentarse en su lugar y las presentaciones siguieron pero mi mente ya no prestaba atención, volaba alrededor de un nombre y un rostro.

Stephen.

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