Capitulo VIII

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- Despierta... Jim despierta... ¡JIM!

A lo lejos muy a lo lejos, una sutil voz me llamaba, la escuchaba claramente hablándome como suelen hacerlo las madres, "¿Será mi madre?" Pensé. Todo me daba vueltas, y a pesar de que los ojos me dolían profundamente, intente abrirlos parpadeando un par de veces para acostumbrarlos a la radiante luz de algunas lámparas que sobresalían en las esquinas del techo blanquecino debajo del cual me encontraba.

Me sentía agotado, tenía la idea de haber sido apaleado al menos por una docena de tipos. Ardor, nauseas, malestar, y por supuesto dolor de ojos, esos eran los síntomas que pude presentar inmediatamente después de que recupere la conciencia. A decir verdad no me sentía en mis cinco sentidos, podía escuchar un poco de cosas que parecían lejanas, sentía el respaldo de una almohada, y un cierto olor a canela que invadía por completo mis fosas nasales, pero no estaba del todo cuerdo, me sentía mareado y cansado.

Poco a poco, tuve la sensación de salir de una especie de trance alucinógeno, fui cayendo lentamente en las maravillas de la vida real, solo para darme cuenta que me encontraba recostado en la habitación de una especie de hospital.

- ¡Despertó! – alguien decía, pero no pude percatarme de quien era, apenas si vislumbraba un poco de sombras – Jim... Jim... Jim. Soy yo Lisa.

- ¿Lisa? –dije

Estuve en desasosiego por unos segundos, sin comprender mucho de lo que ocurría, solo intentaba reanimarme para que alguien me explicara qué es lo que había pasado y por supuesto, él porque estaba allí.

En la habitación había un enfermero, Lisa, y el que después me entere, era su prometido. Sin mucha observación reconocí de inmediato los carteles del fondo sobre la pared color hueso, eran del distrito de North City, no entendía como había llegado allí, y a decir verdad me daba miedo saberlo. El enfermero de inmediato me hizo las revisiones rutinarias, presión, ritmo cardiaco y respiración, el maldito se quedó como idiota mirándome por un rato de eso estoy seguro. Siempre odie los hospitales, el olor a carne podrida mezclada con medicamente, es nauseabundo si lo analizas, pero estaba allí y necesitaba respuestas.

- Jim, ¿Cómo estás? – Pregunto Lisa, pero el enfermero se interpuso, quizás porque hasta ese momento apenas había dicho una palabra.

- Señor, ¿Puede decirme como se llama? – decía el estúpido.

- Deje de molestar. Estoy bien – recuerdo que en ese momento me levante hasta casi estar completamente sentado.

- Señor, cálmese – Decía el enfermero.

- Váyase a la mierda – dije, nunca he entendido porque lo hice, pero de verdad dije tales cosas.

Lisa se apresuró y me tomo del brazo, quizás por mis movimientos dieron por sentado que intentaría pararme, pero solo deseaba estirar un poco la espalda.

Lleve mis manos hacia mi rostro que por alguna razón me ardía, aunque solo el lado derecho. Muy extraño de verdad. Me recogí el cabello, o al menos el que me quedaba para mi edad y di un largo respiro.

- Jim, tranquilo – Dijo Lisa.

Siempre he admirado la inutilidad de esas palabras, cuando intentan calmar a un perro confundido que vaga bajo un día lluvioso, el ser está asustado y que decir de su alma, realmente lo último que se desea es escuchar a alguien decir "Tranquilo", generalmente eso es síntoma de que algo no va del todo bien. Esa patética idea de calmar un momento que de cualquier forma no tiene alivio.

KronosipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora