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Capítulo 12:
Inocente declaración.

Su cabeza dolía, no obstante, el pitido que le aturdía y le hacía doler no era como el que siempre le molestaba cuando se hallaba en su oficina. Era algo placentero, como si su mente estuviese en un trance adormecido, parecido a algo entumecedor. La sonrisa que tenía lista para dar se resbaló sola de sus labios, sin su consentimiento, y aunque esperó una respuesta, sólo tuvo de vuelta un espacio vacío que no esperaba encontrar.

El dolor aumentó, confundiéndose a sí mismo del porqué ahora sólo había un vacío desagradable a su lado, uno que no sólo era físico, si no que iba más allá. Dentro de él, alguna cosa no anduvo bien al ver la soledad acompañándole, justo como muchas otras mañanas, justo como ya había asimilado que sería su vida durante mucho tiempo. No obstante, quiso evitar que aquello lo afectase, y se invitó a tomar una ducha para alejar todo pensamiento malo para luego beber un analgésico.

Sus pasos se detuvieron en seco de camino al baño, al escuchar ligeros murmullos de voces fuera de su habitación, muy cerca para el mal humor que ya comenzaba a aparecer en sí. Dio un vistazo al reloj digital sobre el buró, las modernas luces indicaban que estaba lejos de aún dar el amanecer, por ello le pareció extraño que alguien estuviese teniendo una charla en la interperie.

Alejándose de lo curioso, y siendo cercano a lo colérico, fue directo hasta el ventanal completo de suelo a techo que daba hasta el hall descampado que dividía a las habitaciones. Agudizó su oído, intentando descifrar de quién se trataba. Sin embargo, sus sentidos se encontraban lo suficientemente dormidos como para no darle ni una idea, además del hecho que las habitaciones eran antiruidos. Fue torpe al no pensar como primera idea el tomar el control remoto que graduaba la opacidad de los ventanales. Presionó el botón, esperando que el cacharro funcionase, y se arrepintió de inmediato de haber despertado tan temprano.

Horas más tarde, aún se arrepentía de haber salido de la cama sin previo aviso. Sentado frente a la piscina templada, mientras veía como el tailandés nadaba sin sentido, era incapaz de cerrar sus ojos quiera para parpadear. Si lo hacía, en su mente se pintaba la escena, como la peor de sus pesadillas, una vez tras otra, evocando la sonrisa triunfadora del chico acechándole, queriéndole recordar que estaba un paso delante de él, hiciera lo que hiciera.

Esta vez su orgullo no flaqueaba, si no, otra cosa. Está vez se sentía tan amenazado, como nunca antes. Ya entendía lo que tenían que atravesar todos esos chicos que competían contra él cuando se trataba de una mujer, que al final de cuentas siempre lo escogían por sobre los otros. En este caso, quizás él no era la primera opción, y eso le formaba un nudo en la garganta que le impedía respirar como era debido.

Por suerte aún no se había topado con el Playboy dueño de casa. Pero sabía que tarde o temprano se atravesarían sus caminos, y no tenía idea de cómo comportarse. Decidió callar lo que había visto esa mañana, no le pareció oportuno comentarle a Minah que invadió sin querer en realidad su privacidad.

—¿Qué piensa esa cabecita tuya, hyung?—Le habló con una voz empalagosa

Sus ojos fueron directo al pelinegro, quién batió su cabellera para mojarlo intencionalmente mientras se posicionaba en la orilla. Si no hubiese estado tan ensimismado, habría matado al chico, pero las palabras no salieron de su boca. Sólo se encogió de hombros, sin si quiera saber el porqué.

—No entiendo porqué me junto con un adolescente—Se cuestionó más para sí mismo.

Bambam le regaló una risa juguetona al salir de la piscina, secándose con una bata de baño. Lo observó de reojo cuando éste tomó asiento a su lado en la tumbona que ocupaba y respiró muy profundo.

ᴛᴇᴇɴᴀɢᴇʀ [ᴊᴀᴄᴋꜱᴏɴ ᴡᴀɴɢ]✓ //En Edición//Donde viven las historias. Descúbrelo ahora