Chapter 8

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-Creo que ni a ti te aceptaría que me llamaras por ese nombre. –dijo algo mosqueada.
-Lo siento si no te gustó, mi belleza, pero me cuesta compararte con cosas más hermosas si ya de por sí tenías un nombre tan bonito.
-Jack, -ella se detuvo. –ese no es tu nombre real.
-¿Qué? ¿De qué hablas, linda?
Clarie se quedó firme mirando al suelo. Si bien este muchacho le había demostrado una confianza sin secretos, un par de momentos la hicieron cambiar de parecer. Él se colocó frente a ella.
-Si hay algo que me quieras decir, dilo, mi ángel.
-No, no te pediré que me digas nada que no quieras, pero,… -ella lo miró a los ojos sin respuesta en su mirada. –si confías en mí, quiero que me digas la verdad.
-Todos tenemos un pasado, mi querida, pero no todos sabemos enfrentarlo y superarlo como tú. –dijo él en tono bajo.
-Basta. No sigas. No quiero escucharlo. Solo… vamos a casa de Crys. Terminemos este infierno y salvemos a mis amigos.
-Clarie…
Cual si fuera la primera vez que se encontraron, Clarie dejaba en su rápido andar un rezagado tictaguear. Lo hacía, en parte, por lo molesta que se encontraba, y, por otra, porque no quería que Jack la escuchara llorando. Aun así, el muchacho supo eso desde la primera lágrima que surgió de esos ojos tan luminosos.
De a poco, unas gotas de agua comenzaron a caer del grisáceo cielo. Se convirtió en pocos segundos de una llovizna a un chaparrón. Todas las personas de la calle de repente desaparecieron para ocultarse de la lluvia. Las gotas de agua caían fuertemente sobre el concreto y los casi secos arboles de la acera. El llanto de Clarie se difuminó en las gotas que mojaron su cara. Su pelo se suavizó y se pegó a sus mejillas rosadas. El frío la invadió y su mente se trasladó a los brazos de su madre. Siempre eran así de fríos los barrotes que las separaban y, aun así, lograba sentir su calor. Ese calor que provenía del amor en su voz. Calidez, eso quería Clarie ahora, esa calidez que reconfortara su voluble y atormentado corazón. La lluvia no cesaba de hacerse notar en el silencio mental de Clarie. Pero algo faltaba; algo familiar y muy querido, que no pensó que no fuera a dejarla nunca. ¿Qué era? ¿Qué faltaba? Sus pasos se detuvieron al poco de recordar qué era lo que su corazón necesitaba para sentirse tranquila.
-¡¿Jack?! ¿Por qué te detuviste?
-No puedo seguirte con este ruido alrededor. Te llamé, pero estabas en las nubes.
-Lo siento, Jack. –ella corrió hasta él y lo tomó del brazo. –Perdona la demora y la falta de respuesta de mi parte.
-Discúlpame tú a mí, preciosa. Te he decepcionado y te diré porqué pronto. Pero quiero proteger tu felicidad y que pueda ayudarte a dar con tus amigos es mi misión para contigo.
-Gracias, Jack.
Él la tomó por los hombros, chocando un poco con los húmedos hilos color miel. Estaban fríos y suaves, tan delicados como su dueña. Ella cedió ante ese toque tan sutil y descarado. Se sentía complacida y consolada. Él continuó su toque hasta su cabeza, siguiendo los cabellos como guía, hasta llegar a su cara. Empapada por la lluvia, su rostro era resbaloso y mullido. Sus pómulos estaban calientes y su nariz helada, tanto como su vibrante boca.
-No te pongas roja, solo te estoy conociendo.
-¿Co-Cómo...?
-Tienes la cara caliente, te has sonrojado.
Y ahora lo estaba más aún. Sin decir palabra, Clarie se aventuró a retirar las gafas negras del rostro de Jack. Él, al percatarse del gesto, detuvo la mano de ella con temor.
-Quiero conocerte yo también. -dijo ella con súplica en su voz.
-Pero ya me conoces. Solo contigo soy así.- hizo énfasis en señalar las gafas negras.
-No, no quiero ni el disfraz de bueno ni el de mentiroso. Solo quiero al verdadero Jack, al que es un poco de ambos.
-No te gustará lo que verás.- dijo él apagando su voz.
-He visto peores cosas en mi vida y muchas hechas por mí.
-No pienses distinto de mí.
-No lo haré.
Ella retiró lentamente las gafas para conocer aquellas perlas. Eran un mar complejo de leche... No, eso era solo de lejos. Se acercó y miró nuevamente. Sus iris estaban desgarrados y las pupilas removidas y agrietadas, el color blanco predominaba sobre aquella ruina de ojos humanos que, por su deprimente estado, nada lograría que recuperaran su luz. Solo bien de cerca se notaba un terror tal.
Clarie cubrió su boca con ambas manos, dejando caer las gafas. No lloró, no hizo falta. Jack recogió el objeto y suspiró con desdén.
-Te lo advertí...
-¿Qué... qué te han hecho?
-Larga historia y muy triste, mejor más tarde, princesa.
Ella lo abrazó, más que para consolarlo, para consolarse a sí misma de la impotencia ante esa situación. Él correspondió fundiendo su piel mojada con la de ella en ese bello gesto.
-Vamos, preciosa, apurémonos o nos resfriaremos.
Ella asintió notando luego lo inútil de su gesto. Tomó la mano de él y así juntos se dirigieron a su destino.

La prueba de la flor asesinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora