capitulo 8

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Alfred se había marchado, y ella, a pesar de todo, le echaba de menos. Solo discutían, se echaban en cara cosas del pasado, pero se tenían el uno al otro. Se veían, se sentían cerca, tenían la seguridad de tenerse al lado.

Se la hacían los días eternos, el otoño había llegado y los días se pasaban lloviendo, lo que hacía que su melancolía aumentase. Hablaba horas y horas con su pequeña, segura de que ella la entendería, sabiendo que ella era y sería su mayor alegría. A sus casi 6 meses de embarazo de encontraba estupendamente, y estaba convencida que era capaz de comunicarse con su hija.

De Alfred aún no había recibido noticias, suponía, o sabía, que estaría preparando todo de forma meticulosa, se habría olvidado hasta de comer.

-. ¡Amaieta!

-. Hola Alfred. Amaia, me llamo Amaia.

-. Jajaja no cambias.

-. Tú tampoco.

-. ¿Cómo estás?

-. Aburridísima... me has dejado fuera de lo que más me gusta...

-. No me hagas sentir culpable.

-. Lo eres.

-. ¿Y Coralinda?

-. Pues salió a pasear hace un rato con un niño rubio de ojos azules.

-. Jajaja qué payasa eres Amaia.

-. Muy bien, la peque está genial, dando patadas a todas horas... va a salir futbolista Alfred.

-. Tengo unas ganas de verla la carita...

Amaia sonrió al oír eso.

-. Mira, en eso estamos de acuerdo.

-. ¡BIEN! Ya era hora, apunta el día Amaia, es un hecho histórico.

-. El aire de Grecia te trastorna ¿no?

-. Amaieta te tengo que dejar.

-. Amaia.

-. ¿Eh?

-. Qué me llamo Amaia.

-. Vale pesada. Un beso.

Alfred pensaba constantemente en Amaia y en su pequeña, tenía ganas de verla la cara, de saber como sería tener a su hija entre los brazos. La relación con Amaia era un tema a parte. La había notado mucho más dulce por teléfono, pero sabía que eso solo era una ilusión óptica, en cuanto estuviesen cara a cara volverían al tono borde y chulesco de ambos.

Los días los pasaban entre añoranzas mutuas y llamadas telefónicas que nunca les llevaba a ninguna parte. Amaia trabajaba desde casa con el material que Alfred la iba enviando, y ella, a pesar de desear estar en Grecia, lo estaba disfrutando.

-. Hombre, mira a quien tenemos aquí, súper Alfred.

-. Pablo ¿Qué quieres?

-. ¿Yo? Nada.

-. Entonces lárgate de aquí, déjame trabajar en paz.

-. La has cagado niñato.

-. ¿Ah si? ¿No me digas?

-. Has dejado fuera a la mejor.

-. Me alegro que te preocupes de tus compañeros. Pero por si no lo sabes no está fuera.

-. Yo no la veo.

-. Ella está trabajando igual que los demás, desde España.

-. ¿Qué pasa? ¿Te molestaba? ¿O eres incapaz de aceptar que ella es mejor que tú?

La cajita de músicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora