capitulo 6

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-. No me puedo creer que quieras volver a trabajar con ellos, de verdad que no.

-. Alfred, no es tan difícil de entender.

-. ¿Ah no? ¿No estás a gusto trabajando conmigo?

-. Claro que si...

-. Pero te vas con ellos.

-. ¿Te quieres tranquilizar?

-. No, no quiero, déjame en paz... vete con tus amiguitos y olvídame.

-. Te estás comportando como un niño pequeño.

-. Perfecto. Me voy, no me esperes para nada.

Alfred no fue esa noche a dormir a la tienda, y Amaia apenas durmió, estaba preocupada por él, no entendía por qué se enfadaba por eso...

A las 4 de la mañana no aguantaba más y salió a buscarlo. Le encontró no muy lejos de allí, tumbado en el suelo mirando las estrellas.

-. ¿Puedo saber a qué juegas?

-. ¿Yo? Yo no juego a nada.

-. Ah no... vale, solo son imaginaciones mías ¿no?

-. Si.

-. Alfred no empieces, habla claro que ya eres mayorcito para ello.

-. Yo no tengo nada que decirte, vete con Pablo y deja de molestarme.

-. Eres gilipollas Alfred... ¿Te molesto? Perfecto, no sabrás nada de mí.

-. No veas como lo siento.

-. No se por qué creí en ti, soy imbecil... nunca has confiado en mi. Solo juegas y te aprovechas de mi Alfred, y no, no soy tu juguete, ni tuyo ni de nadie.

-. Si eso piensas de mi no se que haces conmigo.

-. Tienes toda la razón, se terminó, para siempre.

Se marchó rota de dolor, envuelta en mil lágrimas que no dejó que Alfred viese. Recogió sus cosas de la tienda y se marchó de allí.

Trabajó duro con Pablo, Santi se había tenido que volver a España por problemas personales, por lo que Amaia se instaló con Pablo en su tienda. No hablaba con Alfred, de hecho ni coincidían, parecía como si viviesen a miles de kilómetros cuando lo que les separaba era apenas unos metros físicos, aunque unos millones de kilómetros sentimentales.

Volvieron a España, la excavación había terminado, Egipto quedaba atrás, como atrás quedaba todo lo vivido juntos, ahora tocaba volver a renacer, levantarse y sacar fuerzas de donde no había para superar de nuevo su dolor.

Tocó el timbre de su puerta, muy a su pesar continuaban siendo vecinos. Estaba nerviosa pero no lo parecía, su pose era la de una mujer fuerte, segura de si misma.

-. Hola ¿pasa algo?

-. Tenemos que hablar, serán dos minutos ¿puedo pasar?

-. Pasa.

Amaia pasó y se quedó de pie en el salón.

-. Siéntate.

-. No Alfred, no he venido a verte ni a tomar café, no voy a sentarme, voy a decirte lo que tengo que decirte y a marcharme de nuevo de aquí, y espero que para siempre.

-. Tu misma... di.

-. Estoy embarazada, de casi tres meses, tú eres el padre, quería que lo supieras.

Y se marchó, le dejó atónito, sentado en el sofá del salón, sin capacidad de reacción, no pudo siquiera detenerla, el sonido de la puerta fue lo que le sacó de su ensimismamiento. Amaia estaba embarazada...

Se levantó de un salto y corrió hasta su casa, Amaia acababa de cerrar la puerta tras ella cuando el timbre sonó. No se molestó en mirar antes de abrir, sabía quien era.

-. ¿Qué quieres?

-. ¿Cómo que qué quiero?

-. Pensé que estábamos de acuerdo en que no queríamos volver a vernos.

-. ¿Y tú te piensas que puedes decirme que estas embarazada y desaparecer?

-. Puedo, de hecho voy a hacerlo.

-. No te lo voy a permitir.

-. ¿Ah no? ¿Y quien te crees que eres?

-. El padre del hijo que esperas ¿Te parece poco?

-. Eso no te da derecho a nada.

-. Eso me da derecho a saber donde estás.

-. ¿Me vas a controlar? No me fastidies Alfred.

-. Yo quiero ese niño.

-. Yo no te he dicho si lo voy a tener.

-. Si no lo fueras a tener no me habrías dicho nada. Quiero saber las evoluciones del embarazo, quiero ver como mi hijo va creciendo.

-. Oh si claro... y si quieres vamos de la mano a la consulta del ginecólogo, no te jode.

-. Guárdate tus borderias para otro. Va a ser así quieras o no, tengo mis derechos como padre.

Y se marchó de allí sin dar tiempo a Amaia para replicarle nada.

"Gilipollas" murmuró.

Estaba ilusionada, por fin vería a su bebé, incluso, con un poco de suerte sabría si lo que llevaba en su vientre era un niño o una niña.

Salió de la consulta del ginecólogo feliz, y no pudo evitar la tentación de entrar en una tienda de bebés. Miró ropita de todos los colores y tamaños, para niños y niñas, y se enamoró de un pijamita de color lila, imaginó la carita de su bebé y decidió que esa sería la primera compra que haría para él, mejor dicho para ella, en su interior llevaba una niña, una princesita.

Llamó al timbre de Alfred pero no lo encontró en casa, cuando se giró para marchase a su casa lo vio salir del ascensor cargado con varias maletas.

-. ¿Me buscabas?

Amaia suspiró antes de contestar.

-. No, me divierte tocar timbres ajenos no te jode... ¿Tú qué crees?

-. Qué cada día que pasa eres más borde.

-. Tú más cabrón y nadie te ha dicho nada.

-. ¿Qué querías?

-. Vengo del ginecólogo.

-. ¿Todo va bien?

-. Perfecto, casi 4 meses de embarazo, el bebé está bien.

Alfred sonrió, Amaia no se podía hacer una idea de hasta que punto le hacía feliz el ser padre.

-. Qué bien...

-. Pues solo era eso, no te molesto más con mis borderías.

-. Amaia...

-. ¿Qué?

-. ¿No se sabe si es niño o niña?

-. Ah, si, niña, es una niña.

Alfred sonrió abiertamente, le hacía especial ilusión tener una niña, las niñas siempre son más padreras que los niños.

-. ¿Y el nombre?

-. Coralinda.

-. ¿Coralinda?

-. Me da igual si no te gusta, se va a llamar así.

-. No, si no digo nada... pero... ¿Es raro no?

-. Así va a juego con el padre.

Y se metió en su casa una vez más sin dejar contestar a Alfred.

La cajita de músicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora