—Más de lo que querría admitir—
II. Real apuro
TinaCeballos
Edicion Aslaug
• - • • • - • ~ • - • • • - •
En el Cuartel General sólo se escuchaban murmullos sobre un futuro miembro de la realeza que se encontraba en la Sala de Cristal. Según se comentaba en los pasillos, algunos Sombra vislumbraron un vistoso carruaje, custodiado por cuatro encapuchados montados en caballos blancos, al vigilar las fronteras del Bosque Profundo; pese a su discreción, bastaron dos minutos para que se extendieran todo tipo de rumores y teorías relacionadas con los recién llegados. Su nombre era Rhague, un famoso soldado heavenita conocido como el Dios de la guerra, que ostentaba varias historias llenas valor, sangre y batallas a sus espaldas.
Miiko había distribuido un boletín matutino donde daba a entender que no se tolerarían interrupciones en la Sala de Cristal, ya que se iban a tratar cuestiones diplomáticas, dada la actual situación en el país de Heaven. Además de no molestar a los invitados, se debía evitar dar información a los civiles e intentar seguir con el transcurso del día como si de uno normal se tratase. Pese a las instrucciones, tres guardianas no pudieron aguantarse y, simplemente, decidieron empezar lo que mejor sabían hacer.
—Entonces, ¡¿nadie logró verlo bien?! —preguntó Karenn, exasperada.
Desde que se supo de la noticia, la vampiresa trató de descubrir cómo era el rostro de Rhague, siguiéndolo discretamente desde las puertas hasta la Sala de Cristal, sin ningún éxito. Alajéa iba detrás de ella, tan interesada como la primera, usando su habitual numerito de excelente casamentera, seguida de Loreley, emboscada a la salida de su habitación por ambas.—¡Es imposible que Miiko te oculte algo! Anda, dinos... —le suplicó Karenn, con un tono lastimero.
A pesar de las insistentes negativas y las caras largas, continuó siendo arrastrada por los pasillos. Hasta el momento sólo habían visto entrar a Valkyon y a Nevra, que echó una rápida mirada a donde estaban ocultas, sonriendo de medio lado.
—Pero, ¿estáis seguras de que si nos quedamos aquí podremos verlo? —cuestionó Loreley, tratando de entender qué hacía ella en ese lugar.
—Obviamente. —susurró Karenn, ocultándose de nuevo tras el muro para evitar que Jamón la viera. —Sé que habrás escuchado muchas cosas de él en el transcurso de la mañana.
—Entre los rumores se dice que está prometido. —puntualizó la humana, sentándose en el suelo, ya dando por hecho que no iban a conseguir nada fructífero.
—¡No es como si nos quisiéramos casar con el! —chilló Karenn, con las mejillas encendidas. —Como venía diciendo, —volvió a adoptar su pose analítica. —tras todos esos rumores, se esconden muchas verdades.
—¡Es que el príncipe Rhague es un auténtico adonis! —sentenció Alajéa, mientras su amiga asentía enérgicamente, completamente convencida de algo que a nadie le constaba todavía. —Esta mañana busqué en el Libro de grandes personajes de la biblioteca y, ¡puf!, había un retrato de él. Puede que fuese de hace cuatro años pero, te digo, ¡es tan atractivo!
—Chicas, hablar de mí en medio del pasillo es un poco indecente.
Ezarel había sido capaz de aparecerse a sus espaldas sin ser notado, y las miraba con sorna y ambas manos en las caderas. Todas respingaron mientras Alajéa, quien empezaba a perder el color de forma alarmante, se escondía asustada detrás de Karenn. La vampiresa lo miraba molesta, ya que a ella nunca le caían en gracia las bromas de Ezarel; Alajéa le había contagiado su odio y pavor hacia el jefe de la guardia Absenta, así que trataba de mantenerse lo más lejos posible de él.
—¡Uy, ya! —Loreley, sin embargo, rodó los ojos, tratando de buscar alguna cosa con la cual repelerlo. —¡Parece que por fin no te equivocas! Estábamos hablando de lo poco masculino que es el color azul en el cabello... ¡Oh espera! —añadió, fingiendo sorpresa. —De hecho estábamos pensando en hacernos ricas con nuestra propia línea de muñecas, al mero sello Ezarel.
Las otras dos guardianas se mantenían al margen, mientras empezaba una de las famosas batallas que se montaban los dos desde que se conocían.
—Creo que sólo tratas de ocultar un poco tu complejo de chichón de piso paliducho. —le dedicó una jocosa mirada.
Loreley respondió con un mohín. No es que ella fuera el problema, ya que tenía una altura estándar, pero en Eldarya todos eran gigantes y, ciertamente, Ezarel era un perfecto poste pintado de azul.
—¡Espera un momento! —exclamó el elfo, frunciendo el ceño al contemplar a Alajéa, que parecía seguir empeñándose en desaparecer a pulso de magia. —Te dije que dejaras de pedir y hacer favores a otros para que te sustituyan en lo que no quieres hacer.
La sirena estaba a punto de replicar avergonzada, pero era consciente de que ya la había reñido varias veces por el mismo motivo.—Si te doy una tarea es porque quiero que lo hagas tú. —continuó Ezarel. —¡Así que no sirve de nada que me siente horas a distribuir las misiones de la guardia si todos hacéis lo que os viene en gana!
Antes de que Karenn pudiera contratacar con su defensa, los ojos del elfo se clavaron instintivamente en ella, incrementando todavía más el pavor que le tenía. En ese momento, las tres guardianas intuyeron que, ese día, Ezarel estaba más irritable de lo normal.
—Me encargo personalmente de la distribución de las misiones porque trabajo con todos vosotros. —dirigió de nuevo su mirada a Alajéa. —Sé en qué destacáis y también sé cuáles son vuestros puntos débiles, por lo que me molesta que estés desperdiciando tus habilidades lavando animales por la tarde, en vez de estar creando ungüentos y ganando experiencia en la creación de pociones.
Ezarel se dirigió hacia la Sala de Cristal, dejando a las tres guardianas en silencio tras de sí. Mientras que Karenn se replanteaba su opinión sobre el elfo, Alajéa, bastante avergonzada, dudaba seriamente en si volver a retomar sus misiones. Sin embargo Loreley, que podía decir que lo conocía mejor, sonrió débilmente al darse cuenta de que su líder también podía ser maduro y dar buenas razones, aunque fuese sólo algunas veces.
ESTÁS LEYENDO
Más De Lo Que Querría Admitir (Ezarel)
RomantizmEzarel es vanidoso y orgulloso pero, incluso alguien como él, tiene que decidir entre lo que desea y lo que es correcto. ¿Podrá el líder más brillante salir fríamente de esto? O, por el contrario, ¿terminará en el lodo por algo que él consideraba ta...