Severus Snape no se caracterizaba por ser un hombre paciente o afable. Como profesor era muy estricto, y como jefe de la casa Slytherin sus exigencias rozaban la perfección absoluta. Su asignatura era, de hecho, uno de los huesos de Hogwarts.
No toleraba la incompetencia ni tampoco a aquellos alumnos que se veían envueltos en problemas cada dos por tres. Llevaba muy mal quitar puntos a los miembros de su casa y las pocas veces que se veía obligado a hacerlo procuraba que los cristales que volcaba el reloj de arena fuesen mínimos.
Por ese motivo cuando un alumno suyo hacía que su casa sumara una cantidad considerable de puntos era motivo de gozo para el profesor. Quizás por eso aguantó todo el camino hasta su despacho sin reprender a Azalea Potter por los sucesos ocurridos en el baño de las mazmorras, o puede que el trayecto fuera lo suficientemente corto para que la bronca fuera en privado.
O simplemente las emociones del profesor cuando se encontraba cerca de la Potter eran completamente contrarias al enfado o al disgusto aunque el comportamiento de ella no fuera del todo de su agrado.
Azalea, sin embargo, vivió el camino como si fuese el corredor de la muerte y su vida terminara en el momento en que se quedara a solas con el profesor. Era cierto que Snape la tenía en estima gracias a sus brillantes aportaciones en la clase de pociones, y ella era consciente de este hecho. Era modesta, pero no estúpida. Además había regalado a la chiquilla veinte puntos por haber salvado el pellejo a su hermano y sus amigos.. Pero para Azalea había sido el compromiso en que Minerva McGonagall había metido al profesor el que había provocado una actitud tan afable del pelinegro hacia ella.
— Siéntate. Ponte cómoda.
Azalea obedeció al instante. No quería importunar al profesor. Al fin y al cabo su permanencia en la escuela dependía de él...
— No sabía que además de en Pociones - la sorprendió Snape con una pequeña sonrisa contenida - fueras tan buena en Encantamientos.
— Yo... No soy buena, profesor. Sólo me gusta esforzarme, pero me cuesta aprenderlos...
— Yo diría que convocar un hechizo de levitación de esa magnitud a estas alturas del curso no se encuentra entre las habilidades de muchos alumnos de primero, ¿o sí?
— No, pero lo cierto es que la mayoría no se toman el tiempo necesario para aprender, profesor.
Snape contuvo una sonrisa. La chiquilla tenía un toque de insolencia sin duda heredado de su padre, pues Lily jamás se habría atrevido a dirigirse así a un profesor. Pero la modestia de su madre estaba latente en la actitud de la pequeña. Y estaba seguro que la gracilidad para conjurar hechizos también la había heredado la pequeña pelirroja que tenía delante.
— Tienes razón, Azalea. No te voy a reñir por el comportamiento de hoy, aunque he de admitir que no me gusta que hayas desacatado las órdenes de los prefectos de Slytherin. Deberías haberles seguido hasta tu sala común.
Azalea se sentía muy conectada al profesor de pociones. No sabía explicar por qué, pero le encantaban las pequeñas muestras de cariño que le iba a dando muy sutilmente. Llamarla por su nombre en lugar de por el apellido, como hacía con todos sus alumnos, era una de ellas.
— Lo sé y lo siento, profesor. No volverá a ocurrir.
— Bien, y ahora déjame ver tu varita.
Snape tenía la impresión de haber visto una varita que le resultaba muy familiar, pero necesitaba comprobarlo. Eran demasiados los gestos de la pequeña que le recordaban a la que había sido su mejor amiga, no quería ser maleducado o impertinente pero desde que vió a Azalea guardar su varita no podía quitarse de la cabeza la sensación de añoranza que el objeto le había suscitado.
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Azalea Potter y la Piedra Filosofal
FanfictionAzalea Potter es la hermana pequeña del muchacho más famoso del mundo mágico: Harry Potter. La noche del fatídico 31 de Octubre de 1981, Azalea era apenas un bebé de tres meses cuando se queda huérfana. Debido a la situación crítica de los hermanos...