Reencuentros

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Algo dorado brillaba justo encima de él. ¡La snitch! Trató de atraparla, pero sus brazos eran muy pesados.

Pestañeó. No era la snitch. Eran un par de gafas. Qué raro... Pestañeó otra vez. El rostro sonriente de Albus Dumbledore se agitaba ante él.

— Buenas tardes, Harry - dijo Dumbledore.

— ¡Harry! - exclamó su hermana, tirándose a sus brazos.

Harry los miró asombrado. Entonces recordó.

— ¡Señor! ¡La Piedra! ¡Era Quirrell! ¡Él tiene la Piedra! Señor, rápido... - dijo sin poder soltarse del amarre que su hermana le hacía en la mano, pues tras abrazarlo no pudo romper del todo el contacto con él ahora que el chico había recuperado por fin la consciencia.

— Cálmate, qúerido muchacho, estás un poco atrasado - dijo Dumbledore - Quirrell no tiene la Piedra.

— ¿Entonces quién la tiene? Señor, yo...

— Harry, por favor, cálmate, o la señora Pomfrey nos echará de aquí.

Harry tragó y miró alrededor. Se dio cuenta de que debía de estar en la enfermería. Estaba acostado en una cama, con sábanas blancas de hilo, y cerca había una mesa, con una enorme cantidad de paquetes, que parecían la mitad de la tienda de golosinas.

— Regalos de tus amigos y admiradores - dijo Dumbledore, radiante - Lo que sucedió en las mazmorras entre tú y el profesor Quirrell es completamente secreto, así que, naturalmente, todo el colegio lo sabe. Creo que tus amigos, los señores Fred y George Weasley, son responsables de tratar de enviarte un inodoro. No dudo que pensaron que eso te divertiría. Sin embargo, la señora Pomfrey consideró que no era muy higiénico y lo confiscó.

Azalea no pudo más que negar con la cabeza y sonreír al imaginar a los gemelos tramando tal travesura... No había quién los domara. Tenía ganas de verlos, y de ver al resto de sus amigos, pues no se había movido del lado de su hermano desde que lo trasladaran a la enfermería. Estaba segura de que tanto Draco como Fred y Julen estarían preocupados, pero confiaba en que Nella les hubiera puesto al día.

— ¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí?

— Tres días, Harry. Ron y Hermione han estado muy preocupados, se alegrarán de que hayas despertado. Yo no me he movido de aquí estos días.

— Pero Aza, la Piedra...

— Veo que no quieres que te distraigan - sonrió Dumbledore - Muy bien, la Piedra. El profesor Quirrell no te la pudo quitar. Yo llegué a tiempo para evitarlo, aunque debo decir que lo estabas haciendo muy bien.

— ¿Usted llegó? ¿Recibió la lechuza que envió Nella?

— Nos debimos cruzar en el aire. En cuanto llegué a Londres, me di cuenta de que el lugar en donde debía estar era el que había dejado. Llegué justo a tiempo para quitarte a Quirrell de encima...

— Fue usted.

— Tuve miedo de haber llegado demasiado tarde.

— Casi fue así, no habría podido aguantar mucho más sin que me quitara la Piedra...

— No por la Piedra, muchacho, por ti... El esfuerzo casi te mata. Durante un terrible momento tuve miedo de que fuera así. En lo que se refiere a la Piedra, fue destruida.

— ¿Destruida? - dijo Harry sin entender - Pero su amigo... Nicolás Flamel...

— ¡Oh, sabes lo de Nicolás! - dijo contento Dumbledore - Hiciste bien los deberes, ¿no es cierto? ¿O fue tu hermana quien te lo contó? Bien, Nicolás y yo tuvimos una pequeña charla y estuvimos de acuerdo en que era lo mejor.

Azalea Potter y la Piedra FilosofalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora