El gato y el ratón

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Iba a comenzar la temporada de quidditch. Aquel sábado, Harry jugaría su primer partido, después de semanas de entrenamiento: Gryffindor contra Slytherin. Si Gryffindor ganaba, pasarían a ser segundos en el campeonato de las casas.

Casi nadie había visto jugar a Harry, porque Wood había decidido que sería su arma secreta. Harry también debía mantenerlo en secreto. Pero la noticia de que iba a jugar como buscador se había filtrado, y Harry no sabía qué era peor: que le dijeran que lo haría muy bien o que sería un desastre.

Era realmente una suerte que Harry tuviera a Hermione como amiga. No sabía cómo habría terminado todos sus deberes sin la ayuda de ella, con todo el entrenamiento de quidditch que Wood le exigía. La niña también le había prestado Quidditch a través de los tiempos, que resultó ser un libro muy interesante.

Harry se enteró de que había setecientas formas de cometer una falta y de que todas se habían consignado durante los Mundiales de 1473; que los buscadores eran habitualmente los jugadores más pequeños y veloces, y que los accidentes más graves les sucedían a ellos.

Hermione se había vuelto un poco más flexible en lo que se refería a quebrantar las reglas, desde que Harry, Azalea y Ron la salvaron del monstruo, y era mucho más agradable. El día anterior al primer partido de Harry los tres Gryffindors estaban fuera, en el patio helado, durante un recreo, y la muchacha había hecho aparecer un brillante fuego azul, que podían llevar con ellos, en un frasco de mermelada. Estaban de espaldas al fuego para calentarse cuando Snape cruzó el patio. De inmediato, Harry se dio cuenta de que Snape cojeaba.

Los tres chicos se apiñaron para tapar el fuego, ya que no estaban seguros de que aquello estuviera permitido. Por desgracia, algo en sus rostros culpables hizo detener a Snape. Se dio la vuelta, arrastrando la pierna. No había visto el fuego, pero parecía buscar una razón para regañarlos.

— ¿Qué tienes ahí, Potter?

Era el libro sobre quidditch. Harry se lo enseñó.

— Los libros de la biblioteca no pueden sacarse fuera del colegio - dijo Snape - Dámelo. Cinco puntos menos para Gryffindor.

— Seguro que se ha inventado esa regla - murmuró Harry con furia, mientras Snape se alejaba cojeando - Me pregunto qué le pasa en la pierna.

— No sé, pero espero que le duela mucho - dijo Ron con amargura.


Azalea, por su parte, había intentado por todos los medios hablar con Fred para contarle las novedades sobre lo que escondía Fang.

Era consciente de que su abuelo le había pedido explícitamente que no contara nada sobre la información que él mismo le había proporcionado, pero sabía que Fred no iba a parar hasta que no hubiese descubierto qué había escondido bajo la trampilla; y lo último que quería la muchacha es que uno de sus amigos más cercanos resultara herido.

Hasta ese momento le había sido imposible, ya que Fred se pasaba todo el tiempo que no estaba en clase o entrenando o castigado hasta horas intempestivas.

Así que Azalea decidió dejar de buscarlo hasta el día del partido de quidditch por lo menos, cuando éste quedaría más liberado de sus obligaciones de golpeador, para informarle de las novedades. Al fin y al cabo entre los castigos, los entrenamientos y las tareas, no creía que tuviera mucho tiempo para buscar qué había debajo del perro de tres cabezas.

Nada más lejos de la realidad... Fred aprovechaba cualquier oportunidad que tenía, como los largos castigos en la biblioteca, para buscar información sobre cómo deshacerse de un perro tricéfalo para poder bajar allí e investigar qué podía ser tan importante para estar custodiado de esa manera. Y de vez en cuando, aunque no lo iba a reconocer jamás, buscaba información sobre el apellido Potter. Cualquier cosa que lo ayudara a adivinar el misterio que le había surgido con Azalea. Sospechaba que podía ser algo relacionado con la edad o la procedencia de ambos hermanos, lo que no sabía era dónde buscar para encontrarlo. Y se estaba volviendo loco.

Azalea Potter y la Piedra FilosofalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora