Capítulo 4°: Caderas blancas.

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A veces, había momentos que quería tomar una almohada y gritarle todo lo tonta que me sentía, otras veces, solo quería gritar. Últimamente, mi mente estaba en una nube tan alta que el oxígeno me faltaba para poder hacerlo.

¿Quién tenía la culpa? El idiota papá de mi hija, ese hombre que se había encargado de robarme el aliento desde nuestro primer beso y me había demostrado que aun podía hacerlo, demonios, había dejado más que claro que podía hacerlo cuando se le diera la regalada gana.

Y yo no podía dejarme engatusar por sus sucias seducciones de papito sexy, buen cocinero, buen amante y musculoso, sin ni una insinuación de llantitas en su vientre de tableta de chocolate, pese a que solo le faltaba unos años para llegar a los temidos cuarenta.

Ni canas tenía el muy maldito, su cuerpo se había estancado en los treinta y perfectos, gracias a toda esa comida saludable y ejercicios diarios.

Nop, esta situación no era ni un poco justa para mí, sobre todo porque no había habido ni un solo comentario del beso que habíamos compartido desde que sucedió, sí, que apenas había pasado un día, pero no sé, vivía en el departamento de junto y él conocía mi número de teléfono.

¿No? ¿Ni un prehistórico mensaje de texto?

Me desperecé en medio de la calle, sintiendo el peso del mundo sobre mis hombros, y pensando que el lado positivo de viajar sería dejar de regañar a los proveedores por no traer específicamente lo que había solicitado, ni pelear con pasteleros tontos por confundir pedidos o escuchar las malas escusas de los repartidores para justificar el que hubiesen jodido algún pastel con una curva muy cerrada.

Hoy había tenido que enfrentarme a todo eso, más unas cuantas horas extras para dejar todos los libros en orden y las cuentas al día, quería que Don Bruno tuviese la menor cantidad de trabajo posible durante mi ausencia... o durante el tiempo que se tardaban en encontrar a mi reemplazo.

Lo peor de todo, es que como Bal y yo nos habíamos separado, ya no podía verlo en el trabajo, la única persona eficiente y había pedido vacaciones para no tener que verme durante el tiempo que me quedara.

Bien, pues malas noticias para ti, amor, tus vacaciones acababan de acortarse a malditas dos semanas.

Cuando se enterara, sabía que iba a recibir un sermón de su parte, o eso es lo que estaba esperando, lo prefería a que se enojara lo suficiente conmigo como para no volver a dirigirme la palabra por el tiempo que me quedara.

¿Otra gran estupidez por la que sentía como si mis hombros tuvieran cuarenta mil nudos? Le había dicho que en realidad no quería irme, había sido débil, había querido que dejara de verme como la mala, porque no lo era, era uno de los cachorritos de Dálmata, no la jodida loca de Cruella De Vil.

Pero entonces me había besado, y luego le había respondido a aquel beso, y todo se había desmadrado porque Nena nos vio, obviamente, estaba en el mismo espacio cuadrado donde sus padres prácticamente estaban montando una película porno y era una niña inteligente, por supuesto que no se creyó esa mala escusa de la respiración boca a boca.

Y no quería que Nena creara falsas expectativas sobre volver a vernos juntos, porque eso no iba a pasar. Todavía tenía que hacer ese viaje y alejar a Bal, porque, pese a todo lo que le había dicho y hecho, sabía que seguía con la absurda idea de seguirme metida en la cabeza. Maldito fuera su complejo de superhéroe.

Entonces, si sabía todo eso ¿Por qué seguía derritiéndome como una mantequilla al sol cada vez que recordaba ese beso funde-neuronas? Porque lo amaba, tanto como una adolescente a su ídolo favorito. Lo peor, y mejor, es que también era el padre de mi hija, así que además de amarlo como hombre, estaba completamente loca por cómo era él en versión papá.

Intercambio de Corazones 6.5#LRDonde viven las historias. Descúbrelo ahora