Capítulo 8°: Si tú me quisieras.

479 38 22
                                    

No había manera que me cubriera la boca para silenciar los ruidos que estaba haciendo, no cuando tenía que sujetarme tan desesperadamente de mi vigoroso osito mientras reinventábamos la vaquera invertida.

Mis manos se aferraban a su cabello mientras sus caderas empujaban contra mi culo cada vez que bajaba sobre él, su respiración era pesada sobre la húmeda piel de mi cuello. Los muslos me dolían debido a lo extendida que me encontraba, no había tenido tiempo ni para el yoga ni pilates en estos últimos meses y mi cuerpo comenzaba a resentirlo.

Dejé de intentar sostenerme de él y me solté para apoyar mis manos sobre el colchón, haciendo de nuestros movimientos un vaivén más violento, más desenfrenado. Sabía que debería habérmelo tomado con más calma, ir lento, haber prolongado los juegos previos, pero fue sentir su lengua entre los húmedos pliegues de mi vagina y ya quería sentirlo ahí, por completo, enterrado profundamente, justo dónde y cómo lo tenía ahora.

Mañana iba a resentirlo, ya lo estaba haciendo, su tamaño no era algo que tomar a la ligera, más cuando hablábamos de haber olvidado hasta la definición de la palabra sexo en estos últimos seis meses.

Bal comenzó a tirar de mi camisón hacia la parte superior de mi cuerpo, desnudando mi estómago, mis pechos, pasándolo por encima de mi cabeza y usándolo como una suerte de vendaje para mis muñecas, ambas, incluso algo de mi pelo quedó enredado en el proceso.

Dejé de apoyarme sobre mis manos para que fueras mis codos quienes me dieran la firmeza que ameritaba el momento, sabía que lo necesitaría cuando miré por encima de mi hombro y vi a la versión más oscura de mi marido, ese que solo quería castigarme por haberle fallado cuando lo más importante en nuestra relación era la confianza.

Tenía miedo, había razones de sobra para ello, pero el deseo, amor y lo mucho que confiaba en él, en este sentido, siempre se iban a anteponer a esa sensación.

—No vuelvas a mentirme —me advirtió, el vaivén de su miembro dentro de mi cuerpo engañosamente lento mientras sus manos amasaban mis nalgas.

—Tenía que hacerlo —insistí, suplicándole con la mirada para que, al menos, intentara entenderme.

—No, lo que tenías que hacer era confiar en mí, como lo has estado haciendo todos estos años, porque ¿Te he fallado alguna vez? ¿Cómo padre? ¿Cómo marido?

—No... claro que no... —las lágrimas comenzaron a nublarme la mirada, mezclando la tristeza con lo colmada, con lo plena que me hacía sentir cuando empujaba hacia dentro—. Oh, dios... eres tan perfecto que a veces siento que tuve que hacer algo muy bueno para merecerte... o que simplemente no te merezco.

—Me mereces —dijo antes de dejar caer la primera nalgada, pesada, ardiente—. Mereces todo esto y más —más impactos siguieron al primero, haciéndome gemir por más, empujar mis caderas hacia sus manos expertas que sabían qué tan duro debían golpear para mantenerme ese fino borde entre el placer y el dolor.

Una de sus manos cayó sobre mi cabello mientras la otra me sujetaba de las caderas y comenzaba a martillear contra ellas, azotando mis sensibles nalgas con cada crudo impacto, su rígido miembro sintiéndose como el equilibrio exacto entre cielo e infierno al deslizarse, al presionar y llegar tan dentro de mí como era humanamente posible.

Bal me obligó a mirarlo, su mano en mi cabello no era una manera casual de sujetarme mientras me follaba como si no hubiese un mañana, era para esto, para que lo viera mientras hablaba con su falo profundamente enterrado en mi cuerpo.

—Soy tuyo, Sofía... ¿No fue por eso por lo que te casaste conmigo? ¿Por lo que me diste a nuestra hija? Fue porque querías que fuese completa y absolutamente tuyo, así que me mereces...

Intercambio de Corazones 6.5#LRDonde viven las historias. Descúbrelo ahora