Capítulo 2. "El príncipe del castillo"

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La mañana de aquel domingo 13 de Diciembre era tan frío en el sendero de Valence* que comunicaba a una desviación que significaría un viaje más largo a París, Francia

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La mañana de aquel domingo 13 de Diciembre era tan frío en el sendero de Valence* que comunicaba a una desviación que significaría un viaje más largo a París, Francia.

—Padre, ¿qué crees que haya querido decir esa advertencia en la carta?—preguntó la joven Dalia, quien vestida con un gorro de viaje y un vestido amarillo elegante, observaba la ventana con curiosidad mientras sostenía su bolso de mano—. El barco zarpará el miércoles 16 de Diciembre —hizo una pausa—. Creo que si pasamos por Lyon antes de la media noche lograremos llegar a Francia al atardecer del día siguiente.

Exasperado, el anciano de barba blanca y humilde sombrero de copa se acerca a su hija para tomar ambas manos en el interior del carruaje como si desease encontrar paz en aquel gesto.

—Lo sé, cielo... pero algo no me huele bien.

—Padre, es sólo una carta —Dalia observó a su padre con incredulidad mientras apretaba las manos del respectivo anciano con una sonrisa para darle fuerzas—. Quizás fue enviada hace un mes cuando las cosas estaban más feas en el centro. Estaremos bien. Ya he preguntado a forasteros que han pasado por aquel sendero y me han dicho que no hay nada de qué temer. Es un sendero como muchos otros donde...

—Donde es posible que haya ladrones —interrumpió el anciano.

—Pero también es posible de que no haya nada.

El silencio reinó en el interior del carruaje. Sólo se escuchaba el sonar de los pasos del caballo y las llantas del vehículo. Todo lo demás parecía ajeno y lejano a la verdadera discusión que se estaba formando en el interior del vehículo del mercader más rico de la ciudad de Marsella.

Dalia observó a su padre, quien permaneció en silencio sin decir palabra alguna, mientras el vehículo seguía avanzando y creando ruido por cada paso que se daba para llegar a su destino.

—Bien... —suspiró el débil anciano con lentitud en el momento en que él recargó su espalda contra el asiento y separó sus manos de las de su hija—. Está bien. Entiendo lo mucho que esto es importante para ti.

—¿P-Para mí? —un sonrojo apareció en las mejillas rosadas de su hija como botones de cerezo en el oriente—. C-Claro que no... yo sólo deseo que ésta gran oportunidad no la desperdicies. Jamás habíamos sido invitados a eventos de gran importancia. Ni siquiera en la capital de Francia.

—¿Segura que no es por el límite de edad para tu casamiento? —preguntó el anciano alzando su ceja izquierda y observando a su hija con una media sonrisa—. Pensé que por eso se debía tu entusiasmo.

—Y-Yo no quiero casarme —espetó la joven doncella con repudio y asco ante la mención de la palabra matrimonio—. Considero el matrimonio algo ruin y sexista donde el hombre manipula a la mujer desechando todos sus derechos que obtiene de nacimiento sólo por ser parte de un árbol genealógico que explicará a generaciones futuras de dónde viene su paradero y es todo. —Su porte se volvió más firme, impenetrable. Su mirada se endureció formando una expresión glaciar en su rostro que hasta el mismo anciano se removió en su asiento por el temor e incomodidad de la misma—. Creo que el matrimonio sólo debería de ser practicado para aquellos que sientan o experimentan amor y apego a personas cercanas respetando el uno al otro los derechos que se obtiene como ser humano.

Conociendo a la bestia: El Príncipe Maldito #1 [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora